HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS
1 Libro Autor Antonio Escohotado
Editor ESPASA
SÉPTIMA EDICIÓN
LIBRO POR ENCARGO
Profundo
y preciso, es el vademécum de esta materia
Esta
obra, la principal en su materia, aúna el enfoque histórico con el
fenomenológico mediante un apéndice que examina las principales drogas
descubiertas, tanto legales como ilegales. Ilustrada con más de 300 imágenes,
Historia general de las drogas es un libro único en la bibliografía mundial por
su precisión y profundidad
Esta
magna obra reúne en un solo volumen todos los textos sobre drogas escritos por
el filósofo Antonio Escohotado y completa el enfoque histórico con el
fenomenológico mediante un apéndice que examina las principales drogas
descubiertas, tanto legales como ilegales
HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS es
un libro único en la bibliografía mundial por su precisión y profundidad
La
presente edición ha sido puesta al día, revisándose y ampliándose la
bibliografía referente al tema
<<Una
fantástica cantidad de historia universal entendida a fondo en una obra tan
precisa como bien organizada>>
Lo anterior expressed por Richard Evans Schultes,
Journal of Ethnopharmacology
<<Un
libro sin duda único en la bibliografía no ya europea sino mundial, por la
amplitud y complejidad de su propósito, así como por su profundidad. Encierra
lo que su título ofrece y mucho más: una nueva fenomenología de la
conciencia>>
Lo anterior escrito por
Fernando Savater, El País
<<Apabullante
despliegue de datos, citas, pistas y un exhaustivo desarrollo de argumentos y
razones>>
Alberto Hernando, La
Vanguardia
><Sin
duda, el mejor libro escrito sobre drogas en nuestra lengua (…)>>
Una
obra descollante en el panorama internacional>>
Lo anterior escrito por
Enrique Galán, ABC
El autor cita a B. Spinoza,
Ética (III, Pr. XXXI, Esc.) y…
Este esfuerzo por
conseguir que cada cual apruebe aquello que uno ama u odia es, en realidad,
ambición; y así vemos que cada cual apetece, por naturaleza, que los demás
vivan según la índole propia de él. Pero como todos no apetecen a la vez, a la
vez se estorban unos a otros, y como todos quieren ser alabados y amados por
todos, se tienen odio unos a otros
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN:
Que
un texto próximo al millar y medio de páginas haya producido varias
reimpresiones desde 1989 sugiere una atención no frecuente en el público
lector. Obligado por ella, aprovecho esta tercera reimpresión para introducir
considerables cambios en el original, así como algunas secciones y subsecciones
nuevas
El
objeto básico de tales cambios ha sido remediar defectos de fondo y forma, así
como actualizar la información. Aparte de erratas, los peores defectos de fondo
y forma, así como actualizar la información
Aparte
de erratas, los peores defectos formales se hallaban a nivel del aparato
crítico, pues las referencias a pie de página no siempre se correspondían
exactamente con las de bibliografía. Por su parte, los peores defectos
sustantivos derivaban de mis insuficiencias en botánica y química
Creo
que ambos aspectos han podido remediarse gracias a la inestimable ayuda del químico
y etnobotánico Jonathan Ott, que procedió a una revisión muy meticulosa de todo
el texto. Las secciones y subsecciones nuevas corresponden básicamente a
Mesoamérica en tiempos precolombinos y posteriores, a la evolución del juicio
sobre la ebriedad en el Islam, a las reflexiones de Nietzsche en torno a lo
mismo, al fenómeno del opio en Filipinas a comienzos de siglo y a la situación
española 1920 a 1930. Estas ampliaciones derivan de habérseme hecho disponibles
materiales nuevos, merecedores de reseña y comentario
A
los añadidos antes mencionados se suma el análisis de ciertos hechos muy
recientes, como nuevas leyes o estrategias políticas. Algunos de estos
acontecimientos –en el caso, por ejemplo, del Banco de crédito y comercio
Internacional (BCCI)- iluminan dinámicas que hace tan solo dos años se
presentaban en forma bastante difusa todavía
Lo anterior escrito en Hoyo
de Manzanares, enero de 1992
EN EL PRÓLOGO A LA QUINTA
EDICIÓN:
LA
edición mediante tratamiento digital de la obra, y su concienzuda revisión (y
en ciertos casos reestructuración) por parte de Guillermo Herranz y Cristina
Pizarro, me ha permitido cumplir el deseo —hasta ahora insatisfecho— de
corregir casi todas las erratas, rectificar y purificar el aparato crítico,
hacer insertos aquí y allá, cambiar apreciaciones, casi doblar —actualizando—
la bibliografía y, en definitiva, ponerle punto final a un trabajo que quedaba
inconcluso mientras tanto, al menos para el público que busca información
ordenada y conceptos precisos
A diferencia de la versión en formato de bolsillo, que seguirá publicando Alianza Editorial en tres volúmenes, esta versión ilustrada en uno solo se cierra con un Apéndice que examina las principales drogas descubiertas, tanto lícitas como ilícitas. Publicada hace algunos años en forma de libro independiente [1], esta parte estuvo siempre incluida en el proyecto original de la obra, aunque el hecho de redactarse algo después hizo que no cupiera en el proyecto de Alianza, y terminase apareciendo aislada. Es una alegría poder incorporarla ahora en forma de última sección del libro, ya que presenta la obra tal como fue concebida o, si se prefiere, entera
No
ha sido muy común aunar lo teórico y lo práctico en materia de drogas, y eso
explica quizá algunas peripecias que acompañaron la composición de Historia
general de las drogas. En 1988 —siendo ya titular de Sociología— la Audiencia
de Palma me condenó a dos
años y un día de
reclusión, al considerarme culpable de narcotráfico. La pena pedida por el
fiscal —seis años— se redujo a un tercio, pues a juicio de la Sala el delito se
hallaba «en grado de tentativa imposible». Efectivamente, quienes ofrecían
vender y quienes ofrecían comprar —por medio de tres usuarios interpuestos (uno
de ellos yo mismo) — eran funcionarios de policía o peones suyos. Apenas una
semana después de este fallo, la Audiencia de Córdoba apreciaba en el mismo
supuesto un caso de delito provocado, donde procede anular cualesquiera cargos,
con una interpretación que andando el tiempo llegó a convertirse en jurisprudencia
de nuestro país
Receloso
de lo que pudiera acabar sucediendo con el recurso al Supremo —en un litigio
donde cierto ciudadano alegaba haber sido chantajeado por la autoridad en
estupefacientes, mientras ella le acusaba de ser un opulento narco, que oculta
su imperio criminal tras la pantalla del estudioso— preferí cumplir la condena
sin demora. Como aclaró entonces un magistrado del propio Supremo, el asunto lo
envenenaba el hecho de ser yo un portavoz del reformismo en la materia, notorio
ya desde 1983. Dado el caso, absolver sin condiciones incriminaba de alguna
manera al incriminador, y abría camino para exigir una escandalosa reparación
Tras
algunas averiguaciones, descubrí que en el penal de Cuenca –gracias a su
comprensivo director- me concedían las tres cosas necesarias para aprovechar
una estancia semejante: interruptor de luz dentro de la celda, un arcaico PC y
Durante
aquellas vacaciones humildes, aunque pagadas, se redactaron cuatro quintas
partes de esta obra. Naturalmente, había ingresado en el establecimiento con no
pocos kilos de fichas y notas, recogidas durante largos años. Bastaba
estructuralmente puliendo la exposición
Puede
añadirse que no perdí mucho el tiempo y que por eso mismo tampoco anduve
desanimado. Sin embargo, las condiciones de consulta bibliográfica no son para
nada idóneas en un centro penitenciario, y como este libro: HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS; empezó a publicarse
antes de abandonarlo, arrastraba desde el comienzo innumerables imprecisiones,
además de que las aquejan a cualquier obra realmente extensa. Algunos fueron
remediadas en la tercera edición, gracias a sobre todo al esfuerzo del químico
y etnobotánico Jonathan Ott, aunque justamente el hecho de insertar tantas
cambios y añadidos descabaló también el sistema de referencias, trastocando
zonas enteras del texto. Solo ahora ha sido devuelto al grado de precisión
exigible a un trabajo científico, o –dicho llanamente- al realizado por un
investigador que puede confirmar o ampliar sus notas disponiendo de bibliotecas
e internet
Tras
algunas averiguaciones, descubrí que en el penal de Cuenca —gracias a su
comprensivo director— me concedían las tres cosas necesarias para aprovechar
una estancia semejante: interruptor de luz dentro de la celda, un arcaico PC y
aislamiento. Durante aquellas vacaciones humildes, aunque pagadas, se
redactaron cuatro quintas partes de esta obra. Naturalmente, había ingresado en
el establecimiento con no pocos kilos de fichas y notas, recogidas durante
largos años. Bastaba estructurarlas, puliendo la exposición
Puede
añadirse que no perdí mucho el tiempo, y que por eso mismo tampoco anduve
desanimado. Sin embargo, las condiciones de consulta bibliográfica no son para
nada idóneas en un centro penitenciario, y como este libro empezó a publicarse
[2] antes de abandonarlo, arrastraba desde el comienzo innumerables
imprecisiones, además de las que aquejan a cualquier obra realmente extensa.
Algunas fueron remediadas en la tercera edición, gracias sobre todo al esfuerzo
del químico y etnobotánico Jonathan Ott, aunque justamente el hecho de insertar
tantos cambios y añadidos descabaló también el sistema de referencias,
trastocando zonas enteras del texto. Sólo ahora ha sido devuelto al grado de
precisión exigible a un trabajo científico, o —dicho llanamente— al realizado
por un investigador que puede confirmar o ampliar sus notas disponiendo de
bibliotecas e internet
Por
otra parte, la edición que ahora tiene el lector en sus manos no sólo padece
muchas menos erratas e inadvertencias, y no sólo cumple al fin los estándares
académicos en cuanto a precisión de las informaciones
Revisada
y ampliada, la bibliografía se complementa con un índice analítico muy
completo, que aglutina cinco repertorios alfabéticos (onomástico, conceptual,
etimológico, antropológico y farmacognósico), cosa a la cual se suma un sistema
completamente inédito de referencias, en cuya virtud la alusión a determinadas
drogas –o grupos de drogas, más de sesenta entradas reseñadas en el Apéndice-
aclara marginalmente, en letra más pequeño, la página previa y posterior donde
vuelven a aparecer mencionadas
Eso
permite lecturas en diagonal, siguiendo aspectos particulares, así como una
localización inmediata de casi cualquier idea, hecho o persona. De alguna manera,
es un libro del siglo que viene, transparente para quien desee atornillar o
desatornillar cada una de sus afirmaciones, atento sólo a los datos y
perspectivas que ofrece sobre tal o cual asunto especifico
Así,
las muchas páginas que sostienen su trama han dejado de ser una masa en buena
medida opaca, que sólo acababa de aclararse si el lector empezaba por el
principio y terminaba por el final. Ahora se acerca a la finalidad primaria de
su elaboración, que era ofrecer una obra de consulta, orientada a formar
elementos de juicio
Lo anterior escrito en Hoyo
de Manzanares, agosto de 1998
Prólogo
a la séptima edición
EL
tratamiento digital del texto, y su concienzuda revisión por parte de Guillermo
Herranza y Cristina Pizarro, me ha permitido cumplir el deseo —hasta ahora
insatisfecho— de corregir casi todas las erratas, rectificar y purificar el
aparato crítico, hacer insertos aquí y allá, cambiar apreciaciones,
confeccionar un buen índice analítico (y no sólo onomástico como hasta ahora),
gracias al cual sea posible hacer consultas puntuales en todo momento, casi
doblar —actualizando— la bibliografía en definitiva, ponerle punto final a un
trabajo que quedaba inconcluso mientras tanto, al menos para el público que
busca información ordenada y conceptos precisos
Menos
de nueve años han pasado desde la primera edición de este libro, aunque el
período ha sido suficiente para observar cómo la historia de las drogas sigue
creciendo y ramificándose. A veces las ramificaciones convergen, formando
cuencas y estuarios; otras veces no, porque estamos demasiado cerca para
percibir la dirección definitiva de su movimiento, o porque son sistemas y
criterios en fase de contracción, cuya energía se aplica sobre todo a evitar el
colapso
El
fenómeno reciente y principal —La guerra a las drogas— presenta en este fin de
siglo muchos rasgos destacables. Sin embargo, se diría que buena parte de dos
derivan de una situación casi planetaria hoy: nunca hubo en la calle tantas
drogas —ni tan baratas (ni tan adulteradas) — como durante esta última década.
Una demanda masiva, sobre todo juvenil, topa con una oferta masiva, basada
sobre todo en el progreso técnico, que permite montar laboratorios y cultivos
clandestinos en casi cualquier sitio. Por otro lado, el derecho y la ética institucional
no sólo se mantienen idénticos, sino que en muchos países han endurecido su
respuesta a semejante realidad. Eso significa que la guerra a las drogas se
mantiene en términos formales, no sustanciales
Como
siempre, el futuro permanece incierto. Pero al recopilar las informaciones y
pensamientos incluidos en esta obra quise añadir mi grano de arena al esfuerzo
por establecer su genealogía. Creemos en aquello que no se puede experimentar
—en lo inefable— y, a mi juicio, es perfectamente innecesario creer cosa alguna
en materia de drogas, pues tanto la génesis del asunto como las drogas mismas
son un objeto de experiencia
Lo anterior escrito por Hoyo de Manzanares, febrero de 1998
INTRODUCCIÓN
EL
señor requiere cosas del mundo, pero no entra en relación con sus penurias sino
a través del siervo, que se ocupa de transformarlo antes. El psiquismo humano
depende de aportaciones externas, pero no toca esas materias sino a través del
cuerpo, que las metaboliza previamente. Con todo, algunas moléculas no se transforman
en nutrición y provocan de modo directo un tono anímico [1]. Desde ojos
cartesianos, son modalidades de cosa extensa que incumplen la regla e influyen
sobre la cosa pensante. A caballo entre lo material y lo inmaterial, lo
milagroso y lo prosaico, por el juego de un mecanismo puramente químico
«ciertas sustancias permiten al hombre dar a las sensaciones ordinarias de la
vida y a su manera de querer y pensar una forma desacostumbrada» [2]
Aunque
el efecto solo resulte parcial y pasajero, engañoso, aunque nada sea gratis, la
posibilidad de afectar el ánimo con un trozo de cosa tangible asegura
ampliamente su propia perpetuación. Para los seres humanos comer, dormir,
moverse y hacer cosas semejantes resulta inesencial (cuando no imposible) en
estados como el duelo por la pérdida de un ser querido, el temor intenso, la
sensación de fracaso y hasta la simple curiosidad. En ello se manifiesta la
superioridad del espíritu sobre sus condiciones de existencia; y en poder
afectar los ánimos mismos reside lo esencial de algunos fármacos: potenciando
momentáneamente la serenidad, la energía y la percepción permiten reducir del
mismo modo la aflicción, la apatía y la rutina psíquica. Esto explica que desde
el origen de los tiempos se haya considerado un don divino, de naturaleza
fundamentalmente mágica
Pero
hay también otra manera, típicamente contemporánea, de entender la ebriedad que
producen. En el libro Las drogas y la mente, que algunos saludan como obra
maestra, su autor lo expone sin rodeos:
«Algunas ratas con
electrodos en ciertas regiones del hipotálamo se estimularon más de dos mil
veces por hora, durante un día entero. ¡Sorprendente hallazgo! Qué curiosos
abismos de depravación se abren ante nuestros ojos. Si fuese humana, esa rata
enloquecida de placer presentaría justamente el cuadro de degradación moral del
toxicómano que trota la calle en busca de droga, mientras su mujer y sus hijos
mueren de hambre en un hotel de mala muerte. ¿Será posible que los
neurofisiólogos hayan logrado aquello que ni siquiera el demonio consiguió con
todos sus siglos de experiencia? ¿Acaso habrán conseguido inventar una nueva
forma de pecado?»[3].
En efecto, muchos conciben hoy el uso de ciertas sustancias como una nueva forma de pecado, y los códigos tipifican esa conducta como nueva forma de delito. «La droga» hace enloquecer de placer al hombre, como el electrodo convenientemente implantado en su hipotálamo hace que la existencia de la rata «se convierta en un largo orgasmo» [4]. Se diría que ninguna de estas dos cosas es explicable sin un trasfondo de intenso descontento individual [5], y que en el caso humano debe achacarse también al malestar general en la cultura, que Freud y otros describieron con lucidez hace ya medio siglo. Sin embargo, la situación ha cambiado considerablemente en la sociedad consumista. Hace medio siglo el malestar social e individual se admitía, mientras ahora «es como si existiera un tabú que prohíbe definir como repugnancia la repugnancia que produce esta sociedad» [6]. Quien vulnere dicha regla, sea grupo o sujeto singular, se autoincluye en el bando de los enfermos mentales, y como enfermo mental —además de pecador y delincuente— viene siendo tratado el usuario de drogas ilícitas desde hace algunas décadas
El árbol de la ciencia y el árbol de la vida. Por otra parte, la angustia y sus lenitivos no agotan el asunto. La psicofarmacología ejemplifica hoy el más irreductible conflicto entre la bendición y la maldición. Desde el lado de la bendición no sólo hay innumerables usos terapéuticos y lúdicos —todo lo relativo a la necesidad humana de euforia o buen ánimo—, sino progresos en el conocimiento que potencien dinámicas de aprendizaje y contribuyan a controlar emociones indeseables, fortaleciendo hasta límites insospechados los poderes de la voluntad y el entendimiento; en definitiva, el horizonte es una exploración del espacio interior que alberga un psiquismo como el humano, desarrollado sólo en una pequeña proporción de sus capacidades
Por el lado de la maldición está el rechazo más o menos consciente de esto —fiel a los mismos criterios de no injerencia que bloquean la experimentación en ingeniería genética—, sumado a dos inconvenientes más precisos; uno es el riesgo individual de intoxicaciones agudas y crónicas, y otro el peligro de grupos que esquiven los estímulos y la indoctrinación común, formando contraculturas o focos simplemente desviados con respecto a uso del tiempo y valores promovidos por los poderes vigentes
En consecuencia, la misma cosa promete un salto hacia delante y un paso atrás en la condición humana. El criterio de los neurólogos, prácticamente unánime desde mediados del siglo XIX, es que la química farmacológica ofrece posibilidades superiores a la eliminación del dolor en sus diversas formas, meta ya de por sí asombrosa [7]. No menos unánime, el criterio de quienes gestionan el control social entiende que, por definición, cualquier sustancia «psicotrópica» es una trampa a las reglas del juego limpio: lesiona por fuerza la constitución psicosomática del usuario, perjudica necesariamente a los demás y traiciona las esperanzas éticas depositadas en sus ciudadanos por los Estados, que tienen derecho a exigir sobriedad porque están atentos a fomentar soluciones sanas al estrés y la neurosis de la vida moderna, encarnadas sobre todo en el culto al deporte de competición
Se contraponen así como ideales una sociedad sin drogas, libre incluso de las lícitas, y otra donde exista un mercado de todas tan abierto como el de publicaciones o espectáculos, con el refinamiento de la oferta que hay para bebidas alcohólicas, cafés o tabacos. Apoyado lo primero por leyes represivas cada vez más severas, la mayoría de los ciudadanos parece haber hecho suyas las consignas del Estado, aunque minorías numéricamente considerables practican la resistencia pasiva de modo tenaz, alimentando un mercado negro en el que muchos gobiernos y casi todas las policías especializadas participan de modo subrepticio. El momento presente, alejado tanto de un ideal como del otro, se caracteriza por algo que puede llamarse era del sucedáneo, con tasas nunca vistas de envenenados por distintos adulterantes[8], drogas nuevas que lanzan sin cesar laboratorios clandestinos e incontables personas detenidas, multadas, encarceladas y ejecutadas cada año en el planeta[9]
La
densidad del asunto. Quinto jinete del Apocalipsis, enemigo público número uno,
el estrépito exterior generado por el «uso indebido» de ciertas drogas no puede
ocultar la estrategia de poder que al mismo tiempo está en juego. Como medios
para sentir y pensar de forma desacostumbrada, los vehículos ilícitos de
ebriedad son cosas capaces de afectar la vida cotidiana, y en un mundo donde la
esfera privada se encuentra cada vez más teledirigida, cualquier cambio en la
vida cotidiana constituye potencialmente una revolución. Por lo mismo, el
conflicto sanitario es también un destacado problema político, donde para el
hombre contemporáneo no sólo está en juego la salud propia, sino un determinado
sistema de garantías jurídicas. En una reciente investigación presentada por
uno de los organismos vinculados con el sistema de Naciones Unidas [10], se
señala la tendencia general de las legislaciones penales sobre drogas a
«apartarse de los principios generales del derecho». En efecto, como vienen
declarando reiteradamente sus principales paladines, desde Nixon a Bush, una
guerra eficaz contra las drogas no se concilia con el cuadro tradicional de
derechos, ni con la separación de funciones constitucionalmente consagrada,
porque requiere intervención del ejército en tareas civiles, presunción de
culpa en vez de inocencia, validez para mecanismos de inducción al delito,
suspensión de la inviolabilidad del domicilio sin orden de registro, fin del
secreto bancario para las cuentas de sospechosos, etc. Sin lugar a dudas, la cruzada
farmacológica es el «desafío» más ostensible que asume el Estado norteamericano
contemporáneo y, subsiguientemente, los demás Estados
Al
mismo tiempo, en contraste con actos como el homicidio, el robo, la violación o
la estafa, donde ha de existir un daño preciso y una víctima que denuncia por
sí o a través de sus deudos, la dimensión política del crimen relacionado con
drogas se muestra en su tipificación penal: es un delito de puro riesgo o
«consumación anticipada», que se cumple sin necesidad de probar un perjuicio
concreto seguido para alguien determinado. Como tal delito de riesgo no admite
la graduación de responsabilidad que se sigue de distinguir entre autores,
cómplices y encubridores, ni entre acto consumado, tentativa y frustración; quienes
infrinjan las normas vigentes en esta materia serán siempre autores de un
delito consumado, sean cuales sean las circunstancias precisas del caso, y
estos precisos rasgos —típicos, por ejemplo, del delito de propaganda ilegal—
distinguen los crímenes de desobediencia a una autoridad de los crímenes con
víctima física
La
especialísima naturaleza de semejantes delitos se observa en el hecho de que
delincuente y víctima pueden (y suelen) ser una idéntica persona, pues la
orientación del derecho aquí es proteger al sujeto de sí mismo [11], de grado o
por fuerza, como cuando exige el uso del cinturón de seguridad en los
conductores de automóviles. Quizá por eso, la delincuencia ligada directa o
indirectamente a drogas ilícitas constituye el capítulo penal singular más
importante en gran parte de los países del mundo y, desde luego, en los que se
llaman avanzados, donde alcanza cotas próximas a tres cuartas partes de todos
los reclusos. En los siglos XVIII y XIX lo equivalente a esta proporción
correspondía a disidencia política, y del XIV al XVII a disidencia religiosa
Cuando
un delito previamente desconocido se eleva a fuente principal de las condenas,
y crece en vez de contraerse con la represión, cabe sospechar que encubre un
proceso de reorganización en la moral vigente o, como ha dicho un gran
escritor, que ha llegado «el tiempo de la mutación» [12]. Cierto tipo de
solidaridad colectiva se enfrenta a una crisis interna, que rechaza como agente
patológico exterior. El recurso no es nuevo, y fortalece vigorosamente los
mecanismos de integración social; sin embargo, lo contestado en última
instancia es a quién incumbe definir las pautas de conducta admisible, y de ahí
su delicada relación con un compromiso inherente al sistema democrático, que es
proteger la diferencia frente a propuestas uniformizadoras; a juicio de
algunos[13], el problema depende de una solidaridad que asuma la ideología
promovida como Mayoría Moral sin descartar los códigos de otras minorías,
constitucional aunque no institucionalmente protegidos. Mientras semejante cosa
no acontezca —arrostrando momentáneos debilitamientos en la «integración»—, un
desprecio multitudinario a la ley como disidencia farmacológica tiende no sólo
a mantenerse, sino a crecer. Una sociedad sin infractores a sus leyes
ideológicas sería un fósil, y el crimen de esta índole debe considerarse útil
socialmente, pues «no sólo implica que el camino está abierto a los cambios
necesarios, sino que en determinados casos prepara esos cambios> (14)
Resulta
entonces que la diferencia rechazada por razones morales es al mismo tiempo una
producción de moral. A los desviados y a aquellos a quienes se encomienda el
control —con el resto de la población como público pasivo del espectáculo—
corresponde actualizar el sistema de valores, que ha entrado en crisis por un
complejo de motivos, aunque aísla esa concreta cuestión como paradigma del
conflicto. En definitiva, cambio social y cambio en la moralidad son aquí una
misma cosa. A pesar de la formidable estructura de intereses económicos que ha
suscitado la Prohibición, el asunto es y seguirá siendo un asunto de
conciencia, similar en más de un sentido al dilema que suscitó el
descubrimiento de la imprenta. Tal como el hallazgo de Gutenberg amenazaba con
sembrar en el pueblo innumerables errores, que pondrían en cuestión muchos
principios considerados intocables, los progresos de la química orgánica
amenazaban difundir costumbres y actitudes indeseables, que podrían trastornar
la distribución de labor y pasatiempo programada para el cuerpo social. Puesto
que parte del cuerpo social se niega a dicha programación —con razones parejas
a las que reclamaban una abolición de la censura de libros—, el equivalente hoy
de las fratricidas guerras religiosas es una histeria de masas crónica, explotada
muy rentablemente por unos y padecida devastadoramente por otros
Articuladas
en torno al mecanismo de integración colectiva que es el chivo expiatorio, con
tales histerias se activa la arcaica dualidad pureza/impureza, y la conducta
particular de ciertas personas se carga mágicamente de riesgos para todos los
otros. Es un veneno espiritual disipable como miasma física, que no sugiere
investigar causas ni someter las cuestiones a debate, sino métodos quirúrgicos
como sajar y amputar, aunque el absceso o la gangrena —el proceso «infeccioso»—
sólo existan en sentido figurado. Muchos contemporáneos olvidan que epidémicos
o inmundos, exactamente igual que los actuales toxicómanos, fueron considerados
también los cristianos y una larga serie de etnias, sectas y hasta profesiones
consideradas traición con arreglo a distintos cánones de conformidad social
El
punto de partida para un examen científico. Cabe pensar que dentro de los
sucesivos símbolos de impureza enarbolados por distintas épocas ninguno es menos
supersticioso que el error-miasma encarnado por ciertas drogas, y que erradicar
determinados cuerpos químicos no puede equipararse sin mala fe a erradicar
actitudes religiosas, razas o criterios políticos. Sin embargo, las
perplejidades de la cruzada farmacológica comienzan con la propia noción de
droga que le sirve de apoyo
De
la Antigüedad nos llega un concepto —ejemplarmente expuesto por el griego
phármakon— que indica remedio y veneno. No una cosa u otra, sino las dos
inseparablemente. Cura y amenaza se solicitan recíprocamente en este orden de
cosas. Unos fármacos serán más tóxicos y otros menos, peno ninguno será
sustancia inocua o mera ponzoña. Por su parte, la toxicidad es algo expresable
matemáticamente, como margen terapéutico o proporción entre dosis activa y
dosis mortífera o incapacitante. La frontera entre el perjuicio y el beneficio
no existe en la droga, sino en su uso por parte del viviente. Hablar de
fármacos buenos y malos era para un pagano tan insólito, desde luego, como
hablar de amaneceres culpables y amaneceres inocentes
Por
contrapartida, caracteriza a la cruzada farmacológica prescindir de esta
ambivalencia esencial, distinguiendo medicamentos válidos, venenos del espíritu
y artículos de ambientación o pasatiempo como las bebidas alcohólicas, el café
y el tabaco. Pero no sumamos litros y grados, o kilos y curvas, y si para
clasificar las modalidades de algo podemos recurrir a referencias tan distantes
como la medicina, un credo religioso y cierta situación administrativa también los
vinos podrían clasificarse en muy caros, tintos y de Jerez o —como sugirió T.
Szasz— las aguas en pesada, bendita y del grifo. Factores no menos arbitrarios
suman clasificaciones supuestamente más rigurosas como, por ejemplo, la de
drogas que crean toxicomanía, drogas que crean mero hábito y drogas inocuas,
porque una droga inocua no sería droga, mientras la diferencia entre
toxicomanía y mero hábito constituye un juego verbal
En
el origen de semejantes atropellos al sentido común está la evolución semántica
experimentada a principios de siglo por el término «narcótico» —del griego
narkoun, que significa adormecer y sedar— aplicado hasta entonces, sin
connotaciones morales, a sustancias inductoras de sueño o sedación. El inglés
narcotics, traducido al francés como estupéfiants, es lo que llamamos
«estupefacientes». Al incorporar un sentido moral, los narcóticos perdieron
nitidez farmacológica y pasaron a incluir drogas nada inductoras de sedación o
sueño, excluyendo una amplia gama de sustancias narcóticas en sentido estricto.
Desde el principio, la enumeración hecha por las leyes se topó con una enojosa
realidad: ni eran todos los que estaban ni estaban todos los que eran. Tras
varias décadas de esfuerzos por lograr una definición «técnica» del estupefaciente,
la autoridad sanitaria internacional declaró el problema insoluble por extrafarmacológico
[15], proponiendo clasificar las drogas en lícitas e ilícitas
Sin
embargo, la imposibilidad de hallar criterios químicos y fisiológicos pone de
relieve hasta qué punto algo puede no ser lo que parece. Aunque a principios de
siglo se dijo que el régimen jurídico de ciertas sustancias era una función de
su naturaleza farmacológica, el mero transcurso del tiempo se ha encargado de
mostrar que la naturaleza farmacológica es una función de su régimen jurídico.
Durante los años veinte la ley prohibía en Estados Unidos la difusión libre del
opio, la morfina, la cocaína y el alcohol, siendo indiferentes para el derecho
penal las demás drogas psicoactivas. Hoy están prohibidas un millar de
sustancias, y aunque el alcohol ha dejado de ser una de ellas es evidente que
no preocupan unos productos u otros; ya de modo expreso, el principio de que lo
no expresamente prohibido está autorizado dejó de regir en Estados Unidos desde
la reciente Designer Drugs Act, por la cual todo psicofármaco no autorizado
previamente debe entenderse inmerso en el mismo régimen de prohibición que los
ilegales. En otras palabras, los Estados no tratan ya de controlar la difusión
de ciertas drogas, como al comienzo de la cruzada, sino que se consideran en el
deber de controlar todo cuerpo con influjo sobre «el juicio, el comportamiento,
la percepción o el estado de ánimo», como afirma el Convenio internacional
sobre sustancias psicotrópicas de 1971. Es incumbencia suya cualquier
modificación química de la conciencia, la ebriedad en general. Así se entiende
el caso de un pintor de paredes en Tucson (Arizona), que ha sido condenado en
1982 a dos años de prisión por inspirar un compuesto con bencina, violando una
norma según la cual «nadie respirará, inhalará o beberá conscientemente una
sustancia volátil que contenga una sustancia tóxica» [16]. El ministerio fiscal
fundamentó sus cargos en que «los intoxicados con pinturas pueden ponerse
violentos»
El
Estado teocrático se sentía legitimado para legislar sobre asuntos de
conciencia, y en base a ello decretó duras persecuciones de signo «espiritual»
contra la herejía, la apostasía y el librepensamiento. Los Estados
posteocráticos han desencadenado también cazas de signo parejo —contra la
conjura comunista, sionista, burguesa, etc. — y no menos implacables. Sin
embargo, hasta 1971 ni la administración teocrática ni la democrática
extendieron las facultades del gobierno a vigilan la percepción o el estado de
ánimo, aunque desde la más remota antigüedad existieran sobrados fármacos
capaces de influir sobre lo uno y lo otro. Para ser exactos, todavía no existen
en una sola Constitución del planeta preceptos donde se diga que el Estado
asume dicha supervisión en general y por derecho propio, pues incluso las más
afectas a esquemas totalitarios reconocen derechos subjetivos incompatibles con
una tutela llevada a tal extremo. Por consiguiente, lo que acontece en materia
de drogas habrá de considerarse una excepción a la regla que defiende la
autonomía de la voluntad individual, basada en motivos excepcionales y
circunscrita a lo que tarde en solventarse un problema muy particular
Ahora
bien ¿es esto creíble? ¿No será más bien un indicio de lo que aguarda a
colectivos superpoblados, cada vez más próximos al funcionamiento de la colmena
y el hormiguero, donde tan discrecional puede ser prohibir cierta dieta como
imponer otra, e incluso acabar gobernando con drogas distintas, o las mismas,
usando la prerrogativa ya alcanzada de legislar sobre la percepción y el estado
de ánimo? ¿Acaso una asociación mundial de gobiernos que prohíben «droga» no
está capacitada para —con idéntico fundamento— declarar cuando le apetezca una
«panacea»? ¿Puede alguien citar una sola jurisdicción especial que haya sido
renunciada voluntariamente por sus titulares, sin una previa liquidación
política de las pretensiones en que se fundaba? Más concretamente ¿es el
sistema puesto en práctica una solución a medio o largo plazo? ¿Es siquiera el
mal menor para lo indeseable en este orden de cosas? ¿Quiénes determinaron su
establecimiento y quienes se lucran realmente del mismo en la actualidad? ¿Qué
peso relativo tienen allí la economía, la política y la moral? ¿Hasta qué punto
el fracaso constituye un soterrado triunfo para quienes hoy apoyan la cruzada?
Cuestiones
tales piden objetividad, y la frívola polarización contemporánea de actitudes
promueve lo contrario, con un desfile de personas y grupos que se declaran a
favor o en contra de una entelequia irreal como la droga. Salvo comunidades que
viven en zonas árticas, desprovistas por completo de vegetación, no hay un solo
grupo humano donde no se haya detectado el uso de varios psicofármacos, y si
algo salta a la vista en este terreno es que constituye un fenómeno plural en
sí, que se manifiesta en una diversidad de tiempos, cubre una amplia variedad
de lugares y obedece a una multitud de motivos. No caer en el tópico diálogo de
sordos sostenido por partidarios y detractores exige una actitud sistemática o
propiamente científica, y la primera condición del talante científico es una
crítica que deslinde experiencia y prejuicio, dato cierto y suposición. Al
quedar en segundo plano lo farmacológico con respecto a lo penal, la antigua
incumbencia de químicos y médicos pasó a ser atributo de jueces y brigadas
policiales, alimentando un progresivo divorcio entre la lógica discursiva y el
conjunto del problema. Al ritmo del voluntarismo legislativo, lo dispar empezó
a juntarse y lo afín a separarse, produciendo un cuerpo de «doctrina» cada vez
más vago y contradictorio. Esto no significa necesariamente que tales
principios deban modificarse, que sean inadecuados o que fomenten lo contrario
de su intención explícita. Significa solamente que no debe demorarse un
planteamiento de esta materia en el conjunto de su proceso, aceptando que
perseguimos algo en buena medida desconocido —o, si se prefiere, lo desconocido
de algo—, con intención de formarnos criterios racionales, y no de prestar
nuestra adhesión a un cliché u otro
Aunque
no haya sido así en el pasado, «elegimos nuestros venenos de acuerdo con la
tradición, sin tener en cuenta la farmacología: son las actitudes sociales
quienes determinan cuales son las drogas admisibles y atribuyen cualidades
éticas a los productos químicos» [17]. Comprensible en un sentido, la
contrapartida indeseable de algo semejante es una pugna con el orden natural de
las cosas. Si para hacer puentes o perforar túneles se toman más en cuenta las
actitudes que la resistencia de los materiales hay un alto riesgo de que las
obras desemboquen en catástrofes y despilfarros. Al hombre de hoy le
sorprendería mucho que la homologación de antibióticos incumbiera al Comité
Olímpico, y que la autorización para el lanzamiento de satélites meteorológicos
correspondiese al Colegio de Abogados. A nadie parece asombrarle que la cruzada
farmacológica haya sido puesta en marcha por un obispo anabaptista y algunos
misioneros, ni que la reglamentación en vigor sobre psicofármacos sea elaborada
en las comisarías y posteriormente asumida por la autoridad sanitaria, en vez
de acontecer a la inversa. Tal como se entiende que haya un asesor militar
hasta en las instalaciones de lanzamiento para satélites con fines civiles, la
trascendencia político-social de la ebriedad hace comprensible que distintos
funcionarios intervengan como asesores de los consejos a quienes se encarga su
regularización. Pero mal se entiende que en esos consejos carezcan de voto —y
casi siempre de voz— los capacitados por formación científica. Así, desde
tiempos de J. F. Kennedy la Casa Blanca recaba informes periódicos de una
Comisión —la President’s Commission on Narcotics and Drug Abuse— constituida
fundamentalmente pon médicos, farmacólogos, científicos sociales y juristas, si
bien desde el primer informe en adelante fue costumbre de la Casa Blanca
descartar sus reiteradas invitaciones a un cambio de política. «Liberalismo
trasnochado», dijeron de ellas Nixon y Reagan, quizá inconscientes de que la
expresión outdated laissez faire fue en 1909 la divisa del obispo anabaptista
C. H. Brent para acabar con la inmoralidad de las drogas [18]
Una
historia dentro de la historia. Tras milenios de uso festivo, terapéutico y
sacramental, los vehículos de ebriedad se convirtieron en una destacada empresa
científica, que empezó incomodando a la religión y acabó encolerizando al
derecho, mientras comprometía a la economía y tentaba al arte. Oportuna o
incoherente, la cruzada contra algunos de ellos constituye una operación de
tecnología política con funciones sociales complejas, donde lo que se despliega
es una determinada física del poder. En el horizonte de ansiedades que
acompañan cualquier cambio en profundidad de la vida, los engranajes de esa
física aclaran la creación del problema esquematizado como «la droga», y su
contacto con el asunto más amplio de la relación que el hombre contemporáneo
guarda con su libertad real. Sería ingenuo esperar que los cambiantes criterios
de moralidad, los estereotipos culturales y las consignas de una u otra propaganda
estén sometidos al detenido examen que persiguen las ciencias. Pero un camino
para formarse conceptos en vez de dogmas y mitos sobre este objeto es atender a
su propia génesis
Hasta
hace poco no se ha tenido en cuenta que el empleo de las drogas descubiertas
por las diversas culturas constituye un capitulo tan relevante como olvidado en
la historia de la religión y la medicina. Al comienzo de un notable estudio
sobre la medicina popular en Grecia y Roma constataba un humanista la escasez
de investigaciones sobre materia tan interesante, atribuyéndolo a que «la
atención de los profesionales teme perder el tiempo en nimiedades, pon un lado,
y encontrarse con el hombre primitivo o el salvaje por el otro, bajo el embozo
de la toga o la clámide» [19]. Multiplicado a la enésima potencia, esto
acontece con el tema de la presente investigación; a los historiadores
propiamente tales les parece menos nimio examinar la evolución de un estilo
pictórico que la evolución en el consumo de una droga, y el propio tema no sólo
corre el peligro de llevar al salvaje en grado eminente, sino que parece coto
del sensacionalismo pueril, próximo en cualquier caso al mal gusto, como
sucediera con la sexualidad hasta bien entrado el siglo XX. Si esto ha
acontecido con el historiador de lo profano, tanto más ha sido habitual —salvo
contadas excepciones— entre los historiadores de la religión
Otro
tanto puede decirse de su pertinencia para la antropología comparada, pues el
uso de psicofármacos —que es siempre el de tal o cual sustancia, de esta o de
aquella manera— constituye un matizado indicador sobre el tipo de sociedad y
conciencia donde acontece. Cierta determinación en lo uno permite extrapolar
algo en lo otro, siendo el aspecto científico del asunto analizar estructuras
recurrentes de empleo. Hasta donde alcanzan la memoria y los signos, las drogas
han ido determinando una amplia variedad de instituciones o respuestas, que son
explicables sólo a partir de cada concepción del mundo, y que por su parte
ayudan a perfilarla bajo una luz nueva. La particular historia de la ebriedad
constituye así un capítulo puntualmente paralelo a la historia general, que
requiere constantes remisiones a esta, del mismo modo que lo exigiría una
historia coherente de las prisiones o los impuestos
Pero
a esta correlación genérica entre el todo y la parte se añade en el caso de las
drogas un cuadro de dramática actualidad, que plantea interrogantes nucleares
sobre los límites del discernimiento adulto, la relación entre ley positiva y
moral, el sentido del paternalismo político, la dinámica del prejuicio y la
polémica sobre eutanasia, por mencionar sólo lo más evidente. En definitiva,
quizá ningún asunto expone de modo tan nítido las justificaciones últimas del
Estado del Bienestar donde nos ha tocado vivir. Nuestra civilización sufre a
causa de plantas cuya existencia se remonta a tiempos inmemoriales, y cuyas
respectivas virtudes fueron explotadas a fondo por todas las grandes culturas.
Hasta hace algunas décadas nadie se preocupaba de regular su siembra o
recolección, mientras ahora ese hecho botánico cobra dimensión de catástrofe
planetaria. A tal punto es así que su amenaza reúne a capitalistas y
comunistas, a cristianos, mahometanos y ateos, a ricos y pobres, en una cruzada
por la salud mental y moral de la Humanidad. En plena era espacial no faltan
cruzados profesionales ni vocacionales, y no faltan tampoco hordas de infieles
atraídos por la rebeldía, las perspectivas de lucro mercantil y el estatuto de
irresponsable víctima que otorga frecuentar lo prohibido; congrega a muchos de
estos el mecanismo psicológicamente descrito como introyección o identificación
con el agresor, del mismo modo que aúna a aquellos un mecanismo de proyección y
localización exterior del mal
Por
lo demás, semejante tesitura no es del todo nueva en la historia de la
ebriedad. Aunque su evolución ha sabido diluirse de manera apacible en ritos
mágicos y festivos o en aplicaciones medicinales que no suscitaron preocupación
sobre abusos particulares, al menos en dos ocasiones previas —con el culto
báquico en la Roma preclásica, y con los untos y potajes brujeriles desde el
siglo XIV al XVII— el uso de drogas acompañó a la peste moral, desatada como
crimen contra Dios y el Estado. Complementando estos episodios con el actual cabe
enriquecer el banco de datos sobre plagas análogas, casi siempre
extrafarmacológicas, que arrastran a sectas y grupos al papel de sacrificadores
y sacrificados, en procesos de purificación y reafirmación ritual no por
arcaicos menos activos en la actualidad. La aportación concreta que esta
crónica puede hacer a la teoría de la peste moral se basa en describir las
constelaciones sociales y psicológicas que propenden a la declaración de
epidemia, las cuarentenas aplicadas por cada tipo de cultura y los resultados,
tanto previstos como reales
Queda
por último el valor predictivo inherente a un tratamiento histórico de la
cuestión. Detractores y partidarios de la Prohibición basan una parte
fundamental de sus criterios en suposiciones. Unos dicen que su fin estimularía
el auto-control, reduciendo incluso a medio plazo el número de personas que
usan compulsivamente los fármacos hoy ilegales. Otros piensan que cualquier
permisividad convertiría en toxicómanos a muchos más individuos, por no decir a
casi todos. Sin embargo, la historia de la ebriedad en sus distintos vehículos
permite abandonar el terreno de las puras suposiciones, y establecer los
criterios sobre hechos verificables. No sólo muestra con precisión lo que
acontece con el consumo de tal o cual droga cuando es ilegalizada, sino lo
sucedido al dejar de ser ilegal una de las antes prohibidas, como aconteció con
el opio en China y los alcoholes en Estados Unidos. Aunque los tiempos cambien,
los datos relativos a momentos análogos del pasado poseen sobre las conjeturas
una ventaja difícil de negar. En un hoy tan marcado por fanáticas tomas de
partido, si algo parece urgente es una documentación que permita a cada cual
reflexionar por sí mismo con algún conocimiento de causa
Por
lo que respecta al presente estudio, se han hecho algunos intentos de describir
las costumbres en distintas partes del planeta a lo largo de las edades, y hay
incluso un texto moderno llamado expresamente Historia de la droga [20]. Sin
embargo, son exposiciones que sólo pueden considerarse catálogos de noticias
sueltas. A veces es un médico, con nociones sólidas sobre toxicología y
prácticamente nulas sobre historia universal, quien enumera drogas usadas aquí
y allá. Otras veces son un criminólogo, un periodista o un viajero, quizá con
ideas menos frágiles sobre historia de las civilizaciones pero totalmente
insuficientes a nivel farmacológico, quienes acumulan juicios marcados por el
pintoresquismo, la arbitrariedad o el prejuicio. Ni en unos ni en otros aparece
expuesto con pulcritud el aparato crítico donde se apoyan, y si brillan por su
ausencia las precisiones bibliográficas no menos se echa en falta allí la
concatenación exigible a cualquier tentativa orientada a describir
objetivamente una evolución. Esto no significa que la literatura sobre el
asunto carezca de contribuciones muy valiosas, elaboradas con todo el rigor
exigible, y gracias a las cuales es posible estudiar ciertos momentos precisos
sin una azarosa peregrinación por bibliotecas públicas y privadas, persiguiendo
informaciones que muy rara vez aparecen reseñadas directamente en los ficheros.
Con todo, se trata siempre de obras sobre algún aspecto singular, que no abordan
la materia en su conjunto
Falta
cosa semejante a una historia cultural o general de las drogas, entendiendo por
ello un examen donde se combine la perspectiva evolutiva, ligada a una sucesión
cronológica, con la comparativa o estructural, que relacione los datos
procedentes de sociedades distintas y los de cada una con sus pautas
tradicionales. Pero si los datos sobre este tema no se vinculan con el medio
donde se van produciendo será imposible separar lo anecdótico de lo esencial;
la alta estima del budismo hacia el cáñamo, por ejemplo, no se explica contando
la leyenda de que Buda se alimentó durante una semana con un cañamón diario,
sino indicando hasta qué punto los efectos de esa droga se relacionan con sus
específicas técnicas de meditación. Mal se entiende, por ejemplo, la gran
difusión del opio en la Roma antigua sin considerar el alto valor atribuido por
sus ciudadanos a la eutanasia (mors tempestiva). Lo mismo sucede prácticamente
con cualquier otro episodio de esta crónica
Tengo
por evidente que una investigación tan vasta, sobre materiales dispersos en
tantas fuentes, sólo puede aspirar a ser el esqueleto de su propia trama. Para
convertir la historia de ebriedad en un apéndice realmente ilustrativo sobre la
condición humana hará falta el esfuerzo de muchos otros investigadores, que
llenen las numerosas lagunas y defectos del esquema, añadiéndole las
innumerables informaciones sin duda existentes, aunque todavía dispersas en
multitud de documentos. En la introducción a su estudio sobre la historia del
sistema carcelario decía M. Foucault que sólo trascendería los limitados fines
de la mera curiosidad y la erudición en cuanto permitiera «analizar el cerco
político del cuerpo» [21]. Aquí el objeto de análisis es una evolución que
desemboca en el cerco jurídico-moral del ánimo. En vez de evitar que el cuerpo
escape a sus ánimos, como pretende el régimen penitenciario, la meta aquí es
que los ánimos no puedan escapar a su cuerpo, ambición milenaria de la ascética
Exponiendo
de antemano las precariedades inherentes a una investigación tan compleja e
irregularmente documentada [22], me queda tan sólo esperar del lector una
benevolencia inicial, como la que le merecería quizá el mapa de un cartógrafo
sobre territorios inexplorados. Los primeros capítulos abordan con cierto
detenimiento cuestiones de tipo teórico ante todo, para poder encuadrar luego
en un horizonte amplio los datos concretos sobre distintas culturas. Por eso
mismo, quienes prefieran entrar directamente en materia solo necesitan ir sin
prolegómenos al capítulo tercero, si bien algunos conceptos básicos podrían
entonces quedar poco perfilados, e inducir equívocos
SECCIÓN PRIMERA
LA
ERA PAGANA
1.
MAGIA, FARMACIA, RELIGIÓN
«Las
cosas de las que más se habla son las que menos existen. La ebriedad, el goce,
existen»
A.
SCHNITZLER, La ronde
NO
hay modo seguro de distinguir en los primeros tiempos una terapéutica empírica
—fundamentalmente basada sobre conocimientos fisiológicos y botánicos— de
prácticas mágicas y creencias religiosas. Como veremos al hablar de Grecia,
coexisten expertos en hierbas y raíces, maestros de gimnasia y dietética,
cirujanos militares, magos propiamente dichos («iatromanteis» o brujos,
meloterapeutas, catárticos o saludadores) y sacerdotes de diversos cultos
(fundamentalmente los adscritos a los templos de Asclepio). Cosa muy similar
acontece en Egipto, Mesopotamia, India e Irán
Antes
de desarrollarse la antropología comparada, los historiadores de la medicina
postulaban algo bastante distinto, pretendiendo que desde el comienzo es
posible trazar una clara línea divisoria entre ciertos conocimientos de
naturaleza práctica sobre antídotos, tratamiento de heridas, etc., y el mundo
mágico-religioso de cada área cultural. Algunos llegaron a afirmar que la
«medicina empírica» fue previa a la sagrada y mágica [1], guiados evidentemente
por el deseo de ver en la génesis de su oficio una evolución sin desvíos de lo
simple a lo complejo
Sin
embargo, el examen de los datos etnológicos y culturales ha ido haciendo más y
más precaria esta construcción de una pura medicina que se despliega lenta pero
autónoma en relación con los ritos y encantamientos. Hacia mediados de siglo
dicho esquema empezó a considerarse una «falacia sanitaria», pues si bien los
terapeutas arcaicos pudieron disponer de métodos objetivamente eficaces su
fundamento no era racional, sino mágico [2]. En efecto, hasta la medicina más
empírica aparece siempre ligada a ensalmos en la Antigüedad, y todavía durante
el siglo IV a.C. —en plena expansión del racionalismo griego— Platón hace decir
a Sócrates que el phármakon devolverá la salud si al usarlo se pronuncia el
ensalmo oportuno [3]. De ahí que actualmente se tienda a invertir el orden
evolutivo en la historia de la medicina, considerando que ritos purificatorios
y demás elementos catárticos fueron lo primero, y que sólo bastante después
aparecieron nociones terapéuticamente secularizadas [4]. En realidad, hasta que
surja la medicina hipocrática puede decirse que los recursos curativos se
parecen bastante en diferentes épocas y lugares (dentro de lo disponible para
cada área botánica), y que las verdaderas diferencias corresponden a los marcos
mítico-rituales de cada grupo cultural
I.
La enfermedad y el sacrificio
Si
buscamos un factor común a las muy diversas instituciones de los pueblos
antiguos, puede considerarse permanente «el temor universal a la impureza
(miasma) y su correlato, el deseo universal de purificación ritual
(katharsis)», de acuerdo con los precisos términos de un filólogo [5]. Junto a
ese temor y deseo reina de modo prácticamente hegemónico la idea de la
enfermedad como castigo divino, manifiesto en términos como el asirio shertu,
que significa simultáneamente dolencia, castigo y cólera divina
En
correspondencia con el principio de la enfermedad-castigo y la oposición
pureza/impureza aparece la institución religiosa fundamental del sacrificio,
núcleo de todos los cultos religiosos conocidos, tanto presentes como pasados.
El sacrificio es un sacer facere o «hacer sagrado» que tiende un puente entre
el mundo humano y el divino. Como se ha dicho, en el sacrificio no hay «una
relación de semejanza sino de contigüidad entre extremos polares [el
sacrificador y la divinidad], mediante una serie de identificaciones sucesivas»
[6]
Con
todo, para comprender la función de este acto religioso nuclear podemos partir
dedos perspectivas básicas, que en adelante se llamarán modelo A y modelo B:
A)
La tesis del regalo expiatorio [7] constata en el sacrificio el obsequio de una
víctima a la deidad. El móvil del acto es congraciarse con ella mediante un
trueque más o menos simbólico, gracias al cual un individuo o un grupo pueden
ofrecer algo a cambio de sí mismos. Lo así ofrecido abarca desde un cabello que
el celebrante se arranca de la cabeza (diciendo «pague él por mi deuda») hasta
un animal o una víctima humana. Dentro ya de esta perspectiva hay varias construcciones
ulteriores [8], cuyo examen supondría un desvío excesivo
B)
La tesis del banquete sacramental [9] concibe el sacrificio como un acto de
«participación», que no sólo establece un nexo entre lo profano y lo sagrado,
sino una unidad más alta entre los miembros de un grupo
Obviamente,
la primera tesis no explica los casos donde hay una consunción total o parcial
de la víctima, y la segunda no explica los casos donde falta dicho consumo.
Pero entender así estos modelos sería incurrir en miopía, pues ninguno puede
por sí solo agotar el campo del sacrificio como institución religiosa
fundamental. La relación hombre-dios puede ser básicamente un acto de miedo
(marcado por la proyección paranoica), y puede ser también un acto de esperanza
(marcado por la fiesta y la reconciliación). En otras palabras, tiene «dos
sentidos, según que el sacrificio sea expiatorio o que se represente un rito de
comunión» [10]. En los expiatorios el acto par te del hombre y llega a la
divinidad a través del sacerdote y la víctima, mientras en los de comunión
parte de un dios encarnado en alguna planta, y a veces en un animal, que a
través de su ingesta por los comulgantes se identifica con ellos
Ambas
líneas aparecen fundidas en la misa cristiana, que combina la rememoración del
tormento infligido a un chivo expiatorio con el ágape del pan y el vino,
reiterando un esquema muy anterior en el área mediterránea. De hecho, es la
esencia del culto a Perséfone (vinculado a los cereales) y Dioniso (ligado al
vino), que se funden como banquete de pan y vino ya en los cultos de Attis y
Mitra, bastante antes de predicarse el cristianismo
Las
ceremonias del modelo B que incorporan a título de recuerdo una ceremonia del
modelo A frustran la tentación de distinguir tajantemente pueblos que sacrifican
para comprar indulgencias de alguna divinidad airada, y pueblos afectos a ritos
de comunión con dioses no tan ávidos de víctimas. Pero puede añadirse una
precisión sociológica a la lógica circular de cada ritual. La orientación
persecutoria (modelo A) predominará allí donde la impureza se considere
infecciosa y hereditaria, y esto no es a su vez independiente del grado de
estratificación social impuesto en cada grupo como ley de «gobernabilidad».
Tras estudiar varias sociedades de África Central, una antropóloga sugirió que
había correlación entre la caza de brujos —un prototipo del modelo A— y la
estructura de cada grupo, siendo ésta máxima en el supuesto de sociedades
tradicionales desintegradas, muy inferior en las integradas y prácticamente inexistente
en las de gran movilidad social[11]
También
merece atención el hecho de que la impureza se considere infecciosa y
hereditaria en mayor medida tratándose de sociedades agrícolas y pastoriles con
vocación urbana que en tribus nómadas dedicadas a la caza y la recolección de
frutos. Por eso mismo prima en las primeras el sacrificio de víctimas animales,
mientras en las segundas destacan ceremonias de ágape sacra mental. Aunque haya
excepciones, apenas existen grupos de cazadores y recolectores donde se
practiquen sacrificios humanos [12]. En cambio, son muy escasas las sociedades
sedentarias —ninguna de las históricamente destacadas— donde no se hayan
practicado de modo sistemático u ocasional sacrificios humanos, o donde falten
arraigadas leyendas sobre tales hechos
1.
El detalle de los dos modelos.
Al
sacrificio que busca el trueque se vincula una idea de dioses dominados por
pthonos o envidia hacia los hombres. El Antiguo Testamento repite sin pausa lo
«celoso» de Yahveh, y en Heródoto dicha envidia es la mano oculta responsable
del acaecer histórico; también corresponde a ese horizonte la idea de
divinidades desfallecientes, que necesitan grandes masas de víctimas para no
desaparecer, como pensaban toltecas y aztecas. Por contraste, el sacrificio que
busca alguna forma de comunión se vincula con una naturaleza esencialmente
animada, que postula una copertenencia de lo divino y lo humano
La
distinción entre un «sagrado de respeto», fuente de las prohibiciones, y un
«sagrado de transgresión», origen de la fiesta en general [13], ofrece también
puntos de contacto con los modelos A y B. En realidad, pone de manifiesto que
el mecanismo proyectivo predomina o queda en un segundo plano respecto del
participativo en las diversas culturas, pero que casi toda sociedad crea tabúes
contra la impureza y se encarga también de prever ceremonias periódicas donde
queden suspendidos
Por
lo que respecta al modelo A, la obra clásica sobre la «transferencia del mal»
es sin duda La rama dorada, que contiene una revisión completa de los datos
antropológicos disponibles a principios de este siglo, y de cuya abundantísima
documentación bastará mencionar unos pocos ejemplos, simplemente a efectos de
mostrar la difusión del fenómeno. En Manipur se utilizaba a un criminal (luego
indultado) para transmitirle los pecados del rajá. En Nueva Zelanda los pecados
de la tribu entera se transmitían a un hombre, que lo transmitía a su vez a un
tallo de helecho que se lanzaba al mar. Los yorubas de África Occidental
degollaban a un individuo, cuyos gemidos agónicos inducían una explosión de
alegría, porque el pueblo había sido descontaminado de sus faltas y la cólera
divina apaciguada. Cosa semejante acontecía entre los gondos de la India, los
albaneses del Cáucaso Occidental no hace mucho tiempo y los antiguos
leucadianos, que lanzaban anualmente a un criminal al mar desde un alto
precipicio; otros pueblos del Adriático despeñaban a un joven cada año con la
oración «seas tú nuestras heces». En la Marsella griega un individuo de la
clase más pobre era mantenido regiamente durante un año y luego muerto a
pedradas fuera de las murallas si surgía alguna plaga, y en las fiestas
targelias el rito se desarrollaba con dos víctimas expiatorias, una mujer y un
hombre, a fin de redimir a ambos sexos [14]. Se dice que los aztecas
practicaban esos ritos con varios miles de personas cada año (a veces
prisioneros de guerra y siervos, aunque otras jóvenes de cualquier estrato
social), a quienes auguraban grandes bienaventuranzas ultraterrenas. Durante la
baja Edad Media y comienzos de la Edad Moderna los chivos expiatorios cobran
inusitada variedad, abarcando desde los inanimados libros a los vivientes
traductores, librepensadores, herejes, apóstatas, lujuriosos y brujas. En pleno
siglo XVI cuenta con francés arcaico Guillaume de Machaut, cronista y poeta de
la corte borgoñona, cómo fueron exterminados todos los judíos que no huyeron a
Flandes, para librar al territorio de la peste negra iniciada en 1341[15].
Isaac y Cristo, Ifigenia y Edipo, son caracteres ligados al mismo esquema [16].
Cosa semejante puede decirse, sin duda, de Adán y Eva
En
cuanto al modelo B, sus manifestaciones no son menos amplias en el espacio y el
tiempo, si bien resultan quizá un punto más ajenas para el hombre
contemporáneo. Rememorando muchas ve ces un sacrificio sangriento, pero por eso
mismo excluyéndolo de la inmediata realidad, el banquete sacramental informa
algunos de los ritos antiguos más destacados. A su raíz pertenecen el
sacrificio védico del soma, el avéstico del haoma, el kykeón eleusino y la
eucaristía cristiana, así como una diversidad de ritos iniciáticos que abarcan
todo el período helenístico (de Baco, de Cibeles, de Isis, de Mitra, etc.)
Sin
embargo, es posible que el modelo B aparezca de modo aún más nítido en el
chamanismo, una categoría universal que sólo empezó a perfilarse con el
desarrollo de la antropología y la historia comparada de las religiones. En
contraste con personajes como el rey, el jefe de aldea, el patriarca familiar y
los sacerdotes —a quienes incumben los ritos del modelo A y las ceremonias de
nacimiento, boda y entierro— los chamanes [17] sólo cubren necesidades
«psíquicas», y esto en virtud de una legitimación completamente diversa, que
para el principal estudioso de la materia se concentra en «conocer las técnicas
del éxtasis» [18]. Según Eliade, el trance chamánico comprende dos momentos:
uno inicial de «vuelo mágico» y otro ulterior de «muerte y resurrección»
Aunque
sea una institución que se repite con puntuales concomitancias en todos los
continentes —además de África, América y Oceanía, aparece en culturas que
describen un arco gigantesco desde Escandinavia a Indonesia, cruzando toda
Asia— el chamán no debe confundirse con el hechicero en general, ya que el
chamanismo constituye un tipo peculiar de hechicería, caracterizado por no tas propias
[19]
En
contraste con algunos hechiceros, y con tantas modalidades de sacerdotes, que
siguen llamando a linchamientos, no se conoce un solo caso de chamán actual que
pretenda curar ofreciendo una víctima expiatoria humana [20]. De hecho,
constituye la antítesis casi químicamente pura del sacrificio transferencial,
porque sirve él mismo como víctima peculiar, que resuelve en simulacro o
excursión mágica el nexo con la muerte y lo extraordinario. Constituye un
profesional del modelo B, que con su capacidad de viajar a planos
sobrenaturales puede combatir espíritus adversos y absorber la impureza ajena,
pero no necesita ser aniquilado de modo irreversible. Su campo es el universo
maravilloso-aterrador de la magia, donde una misteriosa «simpatía» liga todas
las cosas, y su función es mediar entre la vigilia y el sueño; desciende a las
profundidades, se remonta a las alturas y, en general, puede albergar toda
suerte de espíritus insufribles para otros, sin más efectos que las
convulsiones del trance[21]. En los individuos de su especie que restan hoy
sobre la tierra hay algo de fósiles vivientes, cuya evolución parece haber
quedado detenida en la Edad de Piedra. Pero por eso mismo interesan para
entender un pasado donde dejaron decisiva impronta
II.
Catarsis, éxtasis y ebriedad
Sugestivas
o no, el lector se podría preguntar qué relación guardan estas consideraciones
con nuestro asunto. La respuesta es que el complejo religioso ligado al modelo
B emplea de modo sistemático y muy particular sustancias psicoactivas, uso que
quizá se re monta a los paleohomínidos, durante los cientos de miles de años
previos a la revolución agrícola y urbana del Neolítico
Sin
embargo, quizá no habría sido preciso entrar en tantos detalles de no ser por
algo que cuesta considerar una casualidad arbitraria: la víctima del sacrificio
expiatorio se llamaba en griego pharmakós, y el vehículo de los éxtasis
chamánicos —no menos que de algunas ceremonias religiosas de tipo extático y orgiástico—
era un phármakon u otro. Cambiando la consonante final y el acento, la misma
palabra designa cosas que —en principio al menos— carecen de vínculo alguno. El
pharmakós pertenece al sacrificio-regalo, y el phármakon al sacrificio
comunión, por si fuera poco que lo uno sea cierta persona y lo otro cierta
planta. ¿Por qué una mínima diferencia ortográfica separa el objeto de los
modelos A y B, tan claramente opuestos como terapia proyectiva y terapia
participativa, como reino del homicidio ritual y reino del ágape?
Una
primera respuesta se basa en lo mágico como elemento común a cualquier forma de
sacrificio. Tanto las víctimas expiatorias como las sustancias psicoactivas son
agentes mágicos, de cuya eficacia no da cuenta ninguna secuencia natural o lógica
de causas y efectos. Esto es evidente en el caso del pharmakós, pero también en
el del phármakon, que no sólo se mezclaba con sustancias sin psicoactividad,
sino que iba acompañado por toda suerte de encantamientos. En los poemas
homéricos, donde aparecen por primera vez estos términos, el nexo del fármaco
—expiatorio o vegetal— con lo prodigioso resulta manifiesto y frecuente [22].
Por otra parte, el mecanismo concreto de acción en las drogas era un misterio
hace un milenio y lo sigue siendo hoy en gran medida; el hombre contemporáneo
considera cosa prosaica el influjo sobre el sistema nervioso de ciertas
sustancias aisladas ya en sus factores esenciales (los alcaloides) por la
química, y tiende a olvidar que en términos neurológicos y fisiológicos las
modalidades de su acción distan de ser remota mente claras. La medicina técnica
y la sagrada no se deslindan hasta Hipócrates, lo cual significa que hasta
entonces resulta milagroso (inexplicable pero cierto) cualquier cuerpo simple o
compuesto capaz de modificar el ánimo. Así lo indica la Odisea al llamar linaje
de Peán a los conocedores de drogas, cuando Peán es uno de los nombres de
Apolo, la deidad con más notas chamánicas del panteón griego
Una
segunda línea de respuesta buscaría apoyo en la etimología del término
«fármaco», por más que las elucubraciones en este terreno propenden muchas
veces al delirio. Pharmasso significa «templar el hierro» —esto es, sumergirlo
al rojo en agua fría—, y templar sigue teniendo entre nosotros un significado
médico-psiquiátrico; dando un paso más, la raíz pharmak podría derivarse de la
«magia» de los herreros, cuya importancia en la vida económica y militar
antigua es evidente. Sin embargo, quizá sea más sólido considerar que se trata
de un término compuesto, con una primera parte que significa «trasladar» [23] y
una segunda que significa «poder» [24]. En ese caso, fármaco sería « [lo que]
tiene poder de trasladar [impurezas]»
Pero
precisamente la impureza proporciona el hilo conductor. Entre phármakon y
pharmakós media un vínculo claro si se contempla la purificación que trata de
conseguirse por ambos medios
1.
El elemento catártico
Si
pharmakoi (plural de pharmakós) se llamaban aquellos humanos que las ciudades
sostenían para inmolar en sacrificio cuando eran afligidas por alguna
calamidad, como «esponjas con las cuales se limpia la mesa» [25], lo cierto es
que también se llamaban katharmoi, un término derivado de katharós («puro») y
katháirein («limpiar», «purgar»), que en su forma sustantivada —katharsis—
popularizará la teoría aristotélica de la tragedia. En efecto, Aristóteles
sostenía que ese género dramático producía en los espectadores una purificación
de algún modo análoga —aunque espiritual y desacralizada— a la que se creía
alcanzable mediante rituales religiosos [26]
Con
todo, el término —y la eliminación de lo impuro en general— poseen un destacado
valor en medicina desde los más remotos tiempos, donde se conocen y describen
muchos tipos de katharmoi. En contraste con el uso hoy corriente del término,
que suele restringirlo a laxantes intestinales o a expresiones como «purgar una
llaga», el médico antiguo hablaba de purgantes para todas las partes del
cuerpo, entre las cuales se incluía, desde luego, el cerebro. De hecho, los
fármacos en sí —psicoactivos o no— eran considerados terapéuticos en cuanto
purgaban, no ya cualquier órgano material del cuerpo sino el propio
entendimiento y los ánimos del individuo, lo cual pone de relieve una íntima
conexión semántica que escapó a varios filólogos. Bernays, por ejemplo, decía
que «catarsis significa o bien la expiación de una culpa gracias a ciertas
ceremonias sacerdotales o bien el alivio de alguna dolencia por medio de un
remedio» [27]. Pero el alivio de una dolencia y la expiación de una culpa son
en la época arcaica procesos perfectamente paralelos, y en vez de emplear una
conjunción disyuntiva parece mejor emplear la copulativa [28]
En
definitiva, el phármakon era un pharmakós impersonal, casi siempre botánico [29].
En vez de purificar a un individuo o a una colectividad por la proyección del
miasma a otro ser humano, abocado por eso mismo a la destrucción, libraba a
alguien determinado de una impureza también determinada por un camino no
paranoico sino realista, expulsando pura y simplemente de él ese miasma como lava
un laxante los intestinos. Libre de cualquier elemento mágico, como vehículo
catártico objetivo y no transferencial, este concepto definirá el conjunto de
tratados médicos reunidos bajo el nombre de Corpus hipocrático. La extrema
proximidad fonética entre el chivo expiatorio y las drogas deja entonces de ser
enigmática. Las sustancias terapéuticas conocidas por el hombre arcaico se
incluyen en un horizonte donde la medicina propiamente dicha y el rito del
modelo A se alternan en una tentativa de hacer frente a un temor perfectamente
común. Aliviar un mal ((posible o efectivo) y expulsar una impureza son la
misma cosa
La
diferencia decisiva es que el fármaco (con su ambivalencia de aquello que puede
matar y, por eso mismo, puede curar) no cae en la dicotomía exterior de lo
bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, sino en la de lo útil e inútil a efectos
catárticos. Ante una epidemia de cólera cierta colectividad decidirá inmolar
chivos expiatorios, mientras otra usará opio como remedio, debido a sus conocidas
capacidades astringentes, o eléboro, o cualquier otro fármaco no psicoactivo.
Podemos estar seguros de que la mayoría de las ciudades antiguas emplearon
ambas soluciones. Y de que así siguieron, hasta que una civilización —la
griega— osó pasar decididamente a la racionalidad y declaró criminal desvarío
la primera de ellas [30]
Casi
treinta siglos después, como si la historia describiese una órbita con
periódicos retornos, algunas drogas y sus usuarios se convertirán en nuevos
pharmakoi para ritos de descontaminación colectiva, que profesan una fe en la
cura transferencial comparable a la profesada por aquellos antiguos pueblos del
Adriático, cuando despeñaban cada año a un joven con la piadosa oración: «seas
tú nuestras heces»
2.
El elemento festivo
Hemos
examinado brevemente el nexo del phármakon con el modelo A, que se basa en la
expulsión de una impureza por su traslado a otro. Con todo, su elemento más
propio es sin duda el modelo B. Sólo allí, dentro de rituales emparentados con
una forma u otra de comunión, cobra pleno significado social y sacramental
La
fiesta es sagrada, siempre que sea breve. Puede considerarse que su función es
fortalecer cierto sistema de prohibiciones, proporcionando la válvula de escape
para la tensión que son transgresiones periódicas (de acuerdo con la tesis
psicoanalítica), o bien que constituye sencillamente un momento donde se
suspende la rutina de la existencia. Sea como fuere, los datos antropológicos,
los documentos escritos y la experiencia inmediata indican que la fiesta tiende
a una renovación del mundo reforzada por el acompañamiento de música, danzas y
algún fármaco. En su libro sobre el origen de la tragedia en Grecia decía
Nietzsche:
«Por
el influjo de la bebida embriagadora [31], de la que hablan todos los hombres y
todos los pueblos primitivos en sus himnos […] se despiertan aquellas emociones
dionisíacas mediante cuya elevación lo subjetivo desaparece en el completo
olvido de sí […]. Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo vuelve a cerrarse la
unión entre humanos; también la naturaleza sojuzgada celebra la fiesta de
reconciliación con su hijo perdido: el hombre» [32]
En
el siglo I proponía el teólogo Filón de Alejandría —a propósito de una
etimología algo discutible [33] — que la embriaguez era originalmente un acto
de «noble júbilo» para culminar las ceremonias religiosas de ofrenda:
«Pues
tras haber presentado sacrificios e implorado el favor de la deidad, cuando
estaban limpios sus cuerpos por abluciones y sus almas por correctas guías,
radiantes y alegres se entregaban a la relajación y el disfrute, muchas veces
no después de volver a sus casas sino permaneciendo en los templos donde habían
sacrificado (…). Debéis saber que, según se dice, de ello le viene su nombre a
embriagarse, porque ya era costumbre de los hombres en eras previas consentirse
la ebriedad después de sacrificar» [34]
A
esta etimología añadía otra, filológicamente más sólida, que vincula methyein
(«embriagarse») a methíemi («soltar», «permitir»)
«Algunos
mantienen que la embriaguez recibe este nombre no sólo porque sigue a la
ejecución del sacrificio, sino porque es también la causa de un abandono o
liberación del alma» [35]
a)
La ebriedad en sí. Pero sería un error circunscribir este aura religiosa de la
ebriedad en el paganismo a los vinos y cervezas [36]. Ha blando
metafóricamente, nos embriaga un perfume, una emoción, un paisaje, una obra de
arte, etc. Aunque el término se aplique casi exclusivamente al alcohol y sus
efectos, lo cierto es que incluso hoy estos ceremoniales se realizan con una
amplia variedad de fármacos. En la cuenca amazónica y en las Antillas caldos de
tabaco fuerte fueron y son el agente elegido para ritos iniciáticos y otras
celebraciones, tal como en América Central se emplean incluso da turas muy
tóxicas (toloache) en festivales muy semejantes a los orgiásticos del área
mediterránea durante la Antigüedad; y tal como el kawa-kawa de Oceanía o la
iboga africana cumplen en ritos colectivos las mismas funciones que la crátera
de mosto fermentado. En uno de los tratados atribuidos a Aristóteles, por
ejemplo, la cizaña parasitada por el cornezuelo (que contiene amida del ácido
lisérgico) se considera un vehículo de ebriedad similar a «algunos vinos
fuertes» [37]. El griego methe y el latino ebrietas, al igual que sus sinónimos
en lenguas indoeuropeas, cubren toda suerte de experiencias botánicamente
provocadas; de ahí, por ejemplo, que los arcaicos himnos reunidos en el Rig
Veda —opuestos de modo visceral a las bebidas alcohólicas— hagan afirmaciones
como la siguiente:
«En
la embriaguez del éxtasis nos encaramamos sobre el carruaje de los vientos» [38]
Aparte
del uso profano, y del terapéutico propiamente dicho, es importante tener en
cuenta, además, que cuando estos fármacos intervienen en ceremonias dirigidas
por chamanes, otros hechiceros y sacerdotes en sentido estricto constituyen
sustancias con virtud «ontogénica» [39], que constituyen modalidades de sangre
y carne de dios (soma, haoma, madhy, mana [40], teonanácatl, eucharistia), con
las cuales el ministro y los celebrantes literalmente comulgan. Intervenir en
el rito orgiástico, pongamos por caso, no significa holgar o solazarse
sensualmente sino participar en una ceremonia precisa, que implica «la
experiencia de comunión con un dios que transforma al humano en un bákhos o una
bakhe» [41]. Para los occidentales contemporáneos, el problema de comprensión
deriva de la abrumadora hegemonía que han llegado a alcanzar los alcoholes
sobre otras drogas; así, un filólogo como Dodds no vacila en afirmar lo previo
para el mosto fermentado, pero se cuida mucho de reconocerlo en ritos
vinculados al consumo de otras sustancias, aunque dentro del complejo
representado por el modelo B —como fenómeno planeta rio, pasado y presente— las
cervezas y vinos en estado puro[42] constituyen enteógenos casi excepcionales.
En este terreno reina un estereotipo localista, alimentado por la falta de
investigaciones etnobotánicas hasta fechas bastante recientes
El
cambio de perspectiva vino de la mano del suizo K. Meuli, cuando al analizar la
penetración de instituciones chamánicas en la Grecia arcaica destacó la
intervención del cáñamo como vehículo de éxtasis entre escitas, caucásicos e
iranios, al mismo tiempo que la conexión de esos ritos con sesiones de culto en
tribus altaicas y siberianas [43]. A partir de entonces —aunque faltaban muchas
noticias sobre grupos americanos y africanos, hoy disponibles— los eruditos
comenzaron a reparar en conocimientos antes pasados por alto, como la
referencia «sin trance y sin cáñamo» en el Ahura-Mazda [44], la mención a setas
visionarias en himnos a las divinidades paganas de Asia y el norte de
Europa[45], y el hecho de que el viejo término indoiranio para cáñamo (bhanga
en iranio, bhangen sánscrito) designa también cualquier tipo de embriaguez
mística en Asia Central y Septentrional, empezando por el éxtasis ligado a la
Amanita muscaria, esa seta que aparece siempre en los cuentos de hadas, con un
píleo rojo jaspeado de puntos claros y un níveo fuste. A esto vino a añadirse
una masa de informaciones sobre los nómadas de las estepas árticas, desde el
Báltico a Siberia Oriental, y el empleo de tal amanita por una alta proporción
de los habitantes de esas regiones en rituales extáticos y de iniciación; menos
de fiar son las analogías existentes a ese nivel entre asociaciones de
guerreros tan distantes como los bersekir escandinavos y los marya védicos
Por
otra parte, dentro del modelo B es preciso hacer una distinción entre los
ceremoniales religiosos mismos, que se apoya en la diferente naturaleza de los
enteógenos empleados
b)
Fármacos de posesión y fármacos de excursión psíquica. Cierta brujería y
sacerdocio se limitan a postular la eficacia inmediata del ritual, sin que para
ello sea necesario modificar la conciencia del hechicero o el sacerdote. Dichos
individuos tienen en común no ser vocacionales ni haber sufrido algún tipo de
experiencia directa o mística con el mundo espiritual que administran a su
feligresía; su función les viene de un peritaje que ha aprendido los himnos,
los gestos rituales, el vuelo de las aves y su significado, la lectura de las
vísceras de ciertas víctimas, el calendario de efemérides oficiales, el
vestuario y la compostura debidos a su oficio, los libros sacros, etc. De esta
índole son los pontífices romanos, los brahmanes hindúes, los rabinos judíos,
los clérigos cristianos y un cortejo de figuras análogas
En
contraste con ellos, hay un grupo de hechiceros y sacerdotes que desempeñan sus
funciones en conexión directa con diferentes sustancias psicoactivas, pues para
la eficacia de sus operaciones —adivinación, sacrificio lustral, curas y
cualquier intervención en la realidad— es preciso que alcancen estados
alterados de conciencia. Quizá no es necesario que se administren tales
sustancias cada vez que realizan los actos propios de su condición, pero su
aprendizaje ha pasado inexcusablemente por esas
«grandes pruebas del
espíritu» (Michaux) que son los viajes al Otro Mundo; además, una de sus tareas
es conducir periódicamente a individuos aislados o al grupo entero a ese Otro
Mundo, sirviendo como guías en la experiencia
Más
cerca de este segundo grupo que del primero se encuentran santones que —como
los yoguis y otros anacoretas— practican técnicas muy complejas para alterar la
conciencia y no emplean, o emplean sólo tangencialmente, algunos fármacos. Sin
duda, es posible alcanzar experiencias místicas de gran intensidad siguiendo
métodos ascéticos (ayuno, silencio, soledad, gimnasia, formas más severas de
mortificación, etc.). Pero es posible, e incluso probable, que con esos ejercicios
se modifique el metabolismo cerebral de modo análogo al derivado de ingerir
ciertas sustancias psicoactivas, cuando menos a juzgar por las declaraciones de
unos y otros. Tras su primera experiencia con setas visionarias, un analfabeto
dogrib athabaskan de los montes Mackenzie, en Canadá [46], puede experimentar
visiones extrañamente parejas a los relatos de un místico medieval europeo o de
un santón hindú contemporáneo
Juan
de los Ángeles, un místico español del Siglo de Oro, dice por ejemplo:
«Saliendo
de ti serás llevado limpiamente al rayo de las divinas tinieblas. En este
enajenamiento de los sentidos que propiamente se llama éxtasi, oye el hombre
cosas que no le es lícito ni puede decirlas, porque todo está en el afecto sin
discurso ni obra de la razón» [47]
No
ofrece la menor duda que cualquier miembro de la actual Nativa American Peyote Churcha
suscribiría estas palabras como excelente descripción de sus propias
experiencias semanales con botones de ese cacto. Pero tampoco ofrece duda que
no tomaría estas palabras como descripción de sus propias experiencias un fiel
a los ritos de la macuba, que alterna los ensalmos con tragos de aguar diente
de caña y chupadas de un gran puro, o una hechicera medie val sumida en trance
por ungüentos, o una bacante griega. Considerando que todos estos ritos están
caracterizados por el uso de sustancias psicoactivas, parece preciso distinguir
dentro de las ceremonias del modelo B dos clases de experiencia, vinculadas a
dos tipos básicos de fármacos
Una
es la ebriedad de posesión o rapto, que se realiza con drogas que
«emborrachan», excitando el cuerpo y aniquilando la conciencia como instancia
crítica, no menos que la memoria. Sus agentes son fundamentalmente las bebidas
alcohólicas y las solanáceas psicoactivas [48], que en dosis altas producen una
mezcla de desinhibición y entumecimiento anímico propensa al trance orgiástico,
en tendiendo orgía en sentido etimológico («confusión»). Con el acompañamiento
de música y danzas violentas, estos ritos buscan un frenesí que libere del yo y
promueva la ocupación de su espacio por un espíritu tanto más redentor cuando
menos se parezca a una lucidez. Lo sacro es la estupefacción y el olvido, un
trance sordo y mudo aunque físicamente muy vigoroso que concluye en un reparador
agotamiento
Otra
es la ebriedad extática, que se realiza con drogas que desarrollan
espectacularmente los sentidos, creando estados anímicos caracterizados por la
«altura». Sus agentes son sobre todo plantas ricas en fenetilaminas o indoles [49],
que se distinguen de los agentes empleados para las ceremonias de posesión por
una toxicidad muy baja y una gran actividad visionaria. Caracteriza el trance
no sólo retener la memoria (para empezar, el recuerdo de estar sometido a una
alteración de la conciencia) sino una disposición activa, que en vez de ser
poseído por el espíritu busca poseerlo. Pero lo propia mente esencial de su
efecto —donde coincide sorprendentemente con el viaje místico sin inducción
química— es una excursión psíquica caracterizada por dos momentos sucesivos. El
primero es el vuelo mágico (en términos secularizados se llamaría la «subida»)
donde el sujeto pasa revista a horizontes desconocidos o apenas sospechados,
salvando grandes distancias hasta verse desde fuera, como otro objeto del mundo.
El segundo es el viaje propiamente dicho, que en esquema implica empezar
temiendo enloquecer para acabar muriendo en vida, y renaciendo purificado del
temor a la vida/muerte. Si bien el éxtasis puede considerarse centrado en la
fase del renacimiento, la secuencia extática comprende el conjunto y —cuando el
caso es favorable— se resuelve en alguna forma de serenidad beatífica
Recurriendo
a términos nietzscheanos, se diría que la hechicería y los cultos de posesión
son dionisíacos, y que los extáticos son apolíneos. Los brujos y sacerdotes que
administran los primeros pertenecen a diversas corrientes, mientras son siempre
chamanes (masculinos y femeninos) quienes administran los segundos. Eso no
quiere decir que el chamanismo y la hechicería de posesión carezcan de rasgos
comunes, sobre todo en contraste con los sacerdotes puramente ritualistas. En
efecto, ambos son «vocacionales», y ambos son brujos de «poder» (en el sentido
de que tienen un trato íntimo con espíritus), que debido a sus supuestas capacidades
para profetizar y curar mágicamente permanecen en una situación de marginalidad
social, muy distinta de la que caracteriza al pontífice ritualista
Pero
la experiencia del chamán —y la que inducen en su grupo las drogas usadas por
él— es la de un yo que abandona momentáneamente el cuerpo, transformándose en
espíritu, mientras en el hechicero de posesión la experiencia es más bien la de
un cuerpo que abandona momentáneamente el yo, transformándose en reparador
silencio e insensibilidad. En un caso se pretende «raptar» y en el otro «ser
raptado». Por lo demás, el chamanismo tiene como foco de irradiación Asia
Central, desde donde podría haber pasado a América, al Pacífico y a Europa,
mientras la hechicería de posesión reina en África, y desde ese centro puede
haberse extendido al Mediterráneo y al gran arco indonesio de islas, donde el amok
constituye una de sus manifestaciones más claras[50]; en tiempos históricos
invadió América con la trata de esclavos, y hoy goza en ella de envidiable
prosperidad (vudú, mandinga, candomblé, etc.)
c)
El carácter plebeyo de la química. Como resumen de lo previo podría decirse que
el núcleo del sacrificio-ágape son técnicas arcaicas de éxtasis y posesión,
vinculadas a prácticas chamánicas y a otras ramas de la hechicería, algunas
convertidas en castas de hierofantes. Por lo que respecta al chamanismo, es
desde luego indudable que sus manifestaciones contemporáneas emplean drogas a
tales fines. Sin embargo, algunos de los estudiosos consideran que las primeras
noticias dignas de confianza sobre el uso de setas visionarias en el norte de
Europa y Asia provienen de mediados del siglo XVIII, y que hay un vacío de
milenios entre el empleo atestiguado de enteógenos en civilizaciones antiguas y
el actual, que permite hablar de chamanismo primitivo y moderno, puro e impuro,
vigoroso y decadente. Sin hacer valer ese desfase sería difícil no deducir que
las técnicas del éxtasis han sido siempre algo esencialmente ligado al consumo
de ciertos fármacos
Para
ser exactos, el desfase mismo no acaba de ser todo lo nítido que convendría,
pues supone pasar por alto los cultos precolombinos en América (documentados al
menos desde el X a.C.), y la explosión de brujería acontecida en Europa desde
el siglo XIV al XVII, fenómenos ambos acompañados por el empleo de fármacos
precisos. Pero el verdadero motivo que lleva a distinguir entre chamanismo
vigoroso y decadente no son tanto razones como sentimientos. La repugnancia a
vincular misticismo e intoxicación —tal como puede vincularse el culto báquico
con el vino— aparece ejemplar mente en este erudito sobre la materia:
«El prestigio
mágico-religioso de la intoxicación con fines extáticos es de origen iranio
[…], y es posible que la técnica de intoxicación chamánica entre los ugros del
Báltico tenga origen iranio. Pero ¿qué prueba esto para la experiencia
originaria? Los narcóticos son sólo un sustituto plebeyo del trance “puro”.
Tuvimos ya ocasión de constatar en numerosos pueblos siberianos que las
intoxicaciones (alcohol, tabaco, etc.) son innovaciones recientes y acusan de
algún modo una decadencia de la técnica chamánica. Se esfuerzan en imitar por
medio de la embriaguez narcótica un estado espiritual incapaz ya de alcanzarse
por otros medios. Decadencia o vulgarización de una técnica mística, en la
India antigua y moderna, en todo Oriente, siempre hallamos esa extraña mezcla
de las “vías difíciles” y las “vías fáciles” para realizar el éxtasis místico u
otra experiencia decisiva» [51]
Tan
indudable como que las experiencias místicas pueden lograr se por medios ascéticos
[52] lo es que personas con cierta constitución anímica caen en trance con
mucha más facilidad que otras, sin recurrir a estimulación química alguna. Con
todo, llamar plebeyo y decadente uso de narcóticos al empleo de sustancias que
ningún farmacólogo llamaría tales, y para nada inductoras de sueño o sopor, no
se explica desde fundamentos científicos. Se diría que esas «recetas
elementales de éxtasis» mancillan la nobleza del auténtico misticismo como
«camino difícil», haciendo que el desapasionado interés de Eliade por todas las
instituciones religiosas humanas —impasible ante sacrificios humanos,
antropofagia, cruentos ritos de pasaje, etc. — se convierta de repente en
preocupación moral ante «técnicas aberrantes» [53]
Esta
toma personal de partido no aporta pruebas de que el chamanismo arcaico fuese
en efecto más «puro» que el contemporáneo o el medieval, y se resuelve en una
imprevista acusación de impureza, más propia de las mentalidades investigadas
por el historiador de las religiones que previsible en el investigador mismo.
El cliché etnocéntrico aparece, una vez más, en el hecho de que los ritos
báquicos no se consideran sucedáneos aberrantes o decadentes, sino
manifestaciones «originales» de lo sagrado. Por lo demás, Eliade no niega la
incidencia presente y pasada de tales «técnicas aberrantes» (de hecho, la
destaca más que otros historiadores de la religión) y gracias entre otras cosas
a sus trabajos ha sido posible construir una teoría del trance extático
—llamada por él «excursión psíquica»— que ayuda a comprender dichas técnicas
dentro de la evolución religiosa de la humanidad
Si
él y algunos otros de sus ilustres colegas se hubiesen procurado una
información farmacológica mínima, o hubiesen experimentado personalmente con
las sustancias empleadas actualmente en ritos chamánicos, habrían matizado
bastante mejor un criterio cuyo principal inconveniente es la burda simplificación
[54]. Acostumbra dos al vino y al café, no se nos ocurre confundirlos bajo la
rúbrica de «narcóticos». Pero hay tanta o más diferencia entre peyote y opio, o
entre cáñamo y coca, que entre vino y café. Aunque a muchos les repugne
admitirlo, ciertos psicofármacos son incomparablemente más idóneos para inducir
en su usuario un viaje místico que otros, y por eso mismo llevan tiempo
inmemorial usándose con tales fines en varios continentes
Hasta aquí esta pequeña
muestra del contenido
= TABLA
DE CONTENIDO
= TABLA
DE CONTENIDO
= PRÓLOGO
A LA TERCERA EDICIÓN
= PRÓLOGO
A LA SÉPTIMA EDICIÓN
= INTRODUCCIÓN
= EL
ÁRBOL DE LA CIENCIA Y EL ÁRBOL DE LA VIDA
= LA
DENSIDAD DEL ASUNTO
= EL
PUNTO DE PARTIDA PARA UN EXAMEN CIENTÍFICO
= UNA
HISTORIA DENTRO DE LA HISTORIA
SECCIÓN PRIMERA:
LA ERA PAGANA
1.
MAGIA, FARMACIA, RELIGIÓN I.
LA ENFERMEDAD Y EL SACRIFICIO 1.
El detalle de los dos modelos II. CATARSIS,
ÉXTASIS Y EBRIEDAD 1.
El elemento catártico 2.
El elemento festivo a) La
ebriedad en sí b)
Fármacos de posesión y fármacos de excursión psíquica c) El carácter plebeyo de la
química 2. MITOS
Y GEOGRAFÍA I. LA
REVOLUCIÓN DEL NEOLÍTICO 1. El
fruto prohibido y la caída II.
UNA PERSPECTIVA ETNOBOTÁNICA III. LA
DISTRIBUCIÓN DE LOS PRINCIPALES FÁRMACOS PSICOACTIVOS 3. LA EBRIEDAD PROFANA I. MESOPOTAMIA II. EL ANTIGUO EGIPTO 1. El opio y el vino III. ISRAEL IV. CHINA 1. La farmacopea china
HISTORIA
GENERAL DE LAS DROGAS
II
2. Japón
4. LA EBRIEDAD SAGRADA I. LA PENÍNSULA INDOSTÁNICA 1. La cuestión del soma a) La identificación de la planta b) Castas, tipos de ebriedad y
concepción del mundo c) Desencarnación
y puritanismo original II. IRÁN
III. LA AMÉRICA PRECOLOMBINA 1. América Central a) Los principales eteógenos 2. La civilización andina a) Los incas y la coca b) Otros estimulantes Americanos 3. El esquema de una vieja religión 5. LA GRECIA ANTIGUA Y CLÁSICA I. MEDICINA Y FARMACOLOGÍA 1. El concepto de droga 2. Los principales fármacos griegos 3. Mitos y terapias relacionadas
con el opio a) El
uso médico de la sustancia b) La
idea de un antídoto universal II.
LOS FÁRMACOS ENTEOGÉNICOS 1.
Dioniso y la orgía a)
La dinámica de las sombras y la ley del día b)
Los bebedores de agua y los bebedores de vino 2. El
oráculo de Apolo 3.
Los Misterios de Eleusis a) Los
efectos de las ceremonias b) Sugestión
o percepción c) Los
experimentos de Pahnke y otros 6.
ROMA Y EUROPA OCCIDENTAL I. EL
ESTATUTO DE LAS DROGAS 1.
El opio a) Las
descripciones farmacológicas b) Aspectos
morales y mercantiles II. ALGUNOS
CULTOS MISTÉRICOS 1. La
peste dionisíaca a)
El antecedente particular de la acusación b)
Las medidas políticas y el fondo religioso c) El
futuro de las bacanales III. FÁRMACOS
DE LOS CELTAS 7.
PAGANISMO Y EBRIEDAD I. FÁRMACOS
ENTEOGÉNICOS II. FÁRMACOS
TERAPÉUTICOS Y RECREATIVOS 1. El
espíritu neutral a) La
ebriedad sobria
TABLA
DE CONTENIDO
III
III. LA
PRÁCTICA DE LA MEDICINA IV. A
GUISA DE CONCLUSIÓN
SECCIÓN SEGUNDA:
LOS MONOTEÍSMOS CON VOCACIÓN DE IMPERIO UNIVERSAL
8. CRISTIANISMO
Y EBRIEDAD (I) I.
LA CENSURA Y LO CENSURABLE 1. La
alteración ortodoxa de la conciencia a)
El rito eucarístico b) Los
usos lúdicos y terapéuticos c) Fundamentos
concretos para una persecución d) La
política específicamente censora II. LA
PREPARACIÓN DE UNA CRUZADA INTERNA 1.
La bruja clásica y la medieval 9. ISLAMISMO
Y EBRIEDAD I. EL
ALCOHOL II. EL
OPIO 1. La singularidad del uso árabe III. EL CÁÑAMO 1. La reacción fundamentalista IV. EL CAFÉ 10. CRISTIANISMO Y EBRIEDAD (II) I. DE LA ALTA A LA BAJA EDAD MEDIA II. EL DESPLIEGUE DE LA CRUZADA
INTERNA 1. Droga
y apostasía 2.
El erotismo como meta farmacológica 3.
La composición de los untos y brebajes a) Algunas
verificaciones contemporáneas III. PRÁCTICA
Y ASPIRACIONES DE LA MEDICINA IV. LOS
AGUARDIENTES Y EL ALCOHOL 11. TEORÍA
Y PRÁCTICA DE LA CRUZADA I. LOS
PRESUPUESTOS 1. Lógica
jurídica a)
El «Martillo de las brujas» 2.
Realidad sociológica a) El
reino del terror b) Verdad
y poder c)
La lesa majestad 12. CRISTIANISMO
Y EBRIEDAD (III) 1. Las
investigaciones de Laguna 2.
Las observaciones de otros humanistas 3.
El legado de Paracelso
HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS
IV
I.
EL ESTADO DE LAS COSAS EN AMÉRICA 1. El
tabaco 2.
La coca 3. El
instructivo caso del mate 13. EL
TRÁNSITO HACIA LA MODERNIDAD I. DEMONOMANÍA
Y TOXICOMANÍA 1.
El núcleo interno de la divergencia 2. Los
términos de la crisis II. LA
NUEVA RUTA DE LAS ESPECIAS 1. Los
médicos y botánicos portugueses 2.
La situación en Oriente III.
LA RECUPERACIÓN DEL OPIO 1. Las
investigaciones en los Países Bajos 2. La
actitud en Inglaterra y Francia IV. LAS
NUEVAS DROGAS 1. La
polémica sobre el tabaco 2. La
suerte del café 3.
Los puntos de contacto
SECCIÓN TERCERA:
DEL ESTADO TEOCRÁTICO AL ESTADO DEL BIENESTAR:
EL INTERREGNO LIBERAL
14.
LA LIQUIDACIÓN DEL ANTIGUO RÉGIMEN I. EL
FIN DE LA CRUZADA COMO SÍNTOMA 1. La
crítica del racionalismo a)
La tesis del error judicial b) Fondo
político y cambio social 2. La
tesis del derecho civil conculcado II. LOS
PRINCIPIOS DE LA CONVIVENCIA CIVIL 1. El
sentido de las drogas III. LA
GESTACIÓN DEL PROBLEMA CON EL OPIO EN CHINA 1. Algunas
precisiones históricas 2.
El uso previo de la droga IV. EL
FÁRMACO EN EUROPA 1. El
influjo de su comercio en el estamento terapéutico 15. EL LIBERALISMO Y SUS
REPERCUSIONES I. LOS
PROGRESOS FARMACOLÓGICOS 1.
Las quintaesencias del opio a) El
«mal militar» b) La
sociología del morfinismo c) Otros
derivados del opio d) La
sustancia antes del estigma
TABLA DE CONTENIDO
V
II.
LOS GRANDES NARCÓTICOS a) El
cloroformo b) El
éter III. OTROS NARCÓTICOS 1. Los primeros barbitúricos 16. LA COCAÍNA COMO EJEMPLO 1. Los primeros experimentos con el
alcaloide 2. La
intervención de Freud 3. La promoción de los
laboratorios a) Los
fabricantes no farmacéuticos 4. La
polémica sobre las virtudes del fármaco a) El
Congreso de la Asociación Neurológica 5. El
exceso como síntoma y el exceso como causa 17. LAS
DROGAS VISIONARIAS I.
EL CÁÑAMO 1.
La eficacia terapéutica del fármaco 2. El
informe preparado por el Ejército británico II. EL
PEYOTE 1. La
diseminación del peyotismo 2. El sentido del peyotismo III. EL PRIMER ALCALOIDE VISIONARIO 1. Las reflexiones de Nietzsche 18. LA REACCIÓN ANTI – LIBERAL I. LA EVOLUCIÓN DEL PROHIBICIONISMO
EN ESTADOS UNIDOS 1. Del
«Mayflower» a Benjamín Rush y sus adeptos 2. La
era jacksoniana 3.
El nacimiento del Partido Prohibicionista II. LA
CRISIS DE LA AUTOMEDICACIÓN 1. Valores
espirituales e intereses gremiales a) La
campaña contra los matasanos b) El
principio de la información veraz c) La
batalla subyacente, o el control de los psicofármacos 19. EL OPIO EN ORIENTE Y OCCIDENTE I. EL PROCESO CHINO 1. Las guerras del opio 2. Las repercusiones del nuevo
régimen 3.
La evolución en las importaciones 4.
La interpretación de tos hechos II. EL
CONSUMO EN LA INDIA III. EUROPA
Y ESTADOS UNIDOS 1. Los
orígenes del malestar americano 20. LOS
EFECTOS DEL LAISSEZ FAIRE 1. El
hábito y la buena fe 2. El
impacto de la libertad sobre el consumo 21.
LAS DESCRIPCIONES LITERARIAS I. LA
COFRADÍA OCCIDENTAL DEL OPIO 1. Placeres
y dolores de lo mismo: el peso de la voluntad
HISTORIA
GENERAL DE LAS DROGAS
VI
2.
La secuela de las «Confesiones» II. LAS
ACTITUDES ANTE EL CÁÑAMO 1.
El relato de Gautier 2. El
juicio de Baudelaire a) Religión
y experiencia visionaria 3. La mañana de
embriaguez en Rimbaud III. TESTIMONIOS
SOBRE LA COCAÍNA
SECCIÓN CUARTA:
LA CRUZADA EN SU GÉNESIS
22. LA
CREACIÓN DE UNA CONCIENCIA SOBRE EL PROBLEMA I. EL
ESTADO DE COSAS A PRINCIPIOS DE SIGLO 1.
El compromiso de principio II. LOS
PRIMEROS CRUZADOS 1.
La situación en Filipinas a) El
régimen español b)
El sistema americano 2.
Pasos conducentes a la reunión en Shanghai III. PREPARATIVOS
PARA UNA LEGISLACIÓN FEDERAL REPRESIVA 1. El
debate sobre el proyecto Foster 23. PROGRESOS
EN LA CONCIENCIA DEL PROBLEMA I. LAS
ESTIPULACIONES DE LA HAYA 1. El
detalle de lo acordado II. LA
LEY HARRISON 1. La
polémica entre dispensadores de drogas 2. La
naturaleza jurídica del precepto a) Lo
médico y lo extramédico b) El
problema de la posesión y la dispensación 3. Las
reservas iniciales del poder judicial III. EL
ESTABLECIMIENTO DE UNA LEY SECA 1. El
aspecto médico del alcoholismo a) La
actitud del estamento terapéutico 2. El
aparato institucional y el público 24.
LAS DOS PRIMERAS DÉCADAS DE LA CRUZADA (I) I. LOS
DISIDENTES INICIALES 1. El
adicto de los años veinte a) Conducta
social, laboral y familiar II. EL
CIERRE DE LAS CLÍNICAS a) Las
medidas concretas y su justificación 1. Divergente
evaluación de los primeros resultados a) Las
cifras concretas b) Nuevos
problemas con la judicatura c) La
reacción del prohibicionismo militante 25. LAS
DOS PRIMERAS DÉCADAS DE LA CRUZADA (II)
TABLA
DE CONTENIDO
VII
I. EL
RETORNO DEL ALCOHOL A LA LEGALIDAD 1. El
asunto de la posesión y el tráfico 2.
La cruzada abstemia vista desde Europa II.
EL CÁÑAMO COMO NUEVO ESTUPEFACIENTE 1.
El fundamento sociológico 2. La
Marihuana Tax Act de 1937 a) La
literatura científica de la época b) Trámites
para la aprobación del proyecto III.
LA LEGISLACIÓN INTERNACIONAL 1. El
Convenio de Ginebra de 1925 a) La
cuestión del cáñamo 2.
La Convención de Ginebra de 1931 3.
El Convenio de Ginebra de 1936 IV.
EL PROCESO EN ESPAÑA 1. El cumplimiento de
compromisos internacionales 2.
La realidad social 26. LA
FASE DE LATENCIA I. LA
FORMACIÓN DE UNA «FARMACRACIA» 1. El
complejo industrial y la demanda 2. El
sindicato a) Las
alianzas políticas 3. Un
cuerpo draconiano de normas a) El
clima de postguerra en Estados Unidos b) La
ley Boggs y su descendencia II. LA
CRIATURA MALIGNA 1.
El álgebra de la necesidad a) Psicología
y sociología del nuevo adicto III. LA
REACCIÓN LIBERAL 1. En
busca de una solución negociada 2.
La ideología farmacrática a) Cristalización
teórica del radicalismo 27. CONDICIONES
DE LA PAZ FARMACRÁTICA I.
LOS ESTIMULANTES LÍCITOS 1.
Empleos militares y deportivos 2. Usos
clínicos 3. El
caso español II. LOS
BARBITÚRICOS III. NARCÓTICOS
SEMISINTÉTICOS Y SINTÉTICOS 1. Algunos
ejemplos IV. TRANQUILIZANTES
Y ANSIOLÍTICOS 1.
Las «píldoras de la felicidad» 2. Los
tranquilizantes «mayores» V.
HIPNÓTICOS NO BARBITÚRICOS VI.
LAS
CONDICIONES DE LA PAZ FARMACRÁTICA HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS
VIII
SECCIÓN QUINTA:
LOS INSURGENTES
28.
EL COMPLOT PAGANO Y LA «GRAN POLÍTICA» I.
LA FASE INCONSCIENTE 1. Los
ensayos de Walter Benjamín 2. La
constitución del primer círculo a) Una
heterogénea comitiva b) Simultaneidad
en las experiencias iniciales II. ARMAS
PARA LA GUERRA FRÍA 1. Los
intereses del ejército y la CIA III. TÉCNICA
Y QUÍMICA 1. La
ambivalencia de la psicofarmacología IV. LA
PUESTA EN PRÁCTICA DEL COMPLOT 1. El
manifiesto sobre la «revolución final» 2. Los
dos últimos años de Huxley 29. EL
COMPLOT PAGANO (II) I. LOS
USOS CLÍNICOS 1. El
tratamiento del alcoholismo 2. Psicoterapia
general 3. Terapia
agónica y funciones analgésicas en general II. EL
«MOVIMIENTO» PSIQUEDÉLICO 1. El
marco académico a) Teoría
y práctica del Psilocybin Project 2. Las
tesis de Leary 3. La
contribución de Kesey a) Los
químicos y la Fraternidad 4. El
momento indeciso a) La
caza del hierofante III. LA
REDEFINICIÓN DE ESTOS FÁRMACOS 1.
Las actas de acusación a) Las
catástrofes más célebres b)
Psiquedelia y promiscuidad IV. EL
SIGNIFICADO GENERAL DE LA DESOBEDIENCIA
SECCIÓN SEXTA:
LA HERENCIA DE UNA REBELIÓN ABORTADA
30. LA
NUEVA LEY INTERNACIONAL I.
EL CONVENIO DE 1971 1. Naturaleza
farmacológica y régimen legal II. LA
EVOLUCIÓN SEMÁNTICA DE LO PROHIBIDO 1. El
concepto de estupefaciente 2. Adicción,
hábito y dependencia
TABLA DE CONTENIDO
IX
3. El
nexo entre biología y medidas de gobierno a) La
psicotoxicidad 4.
La categoría de sustancia psicotrópica III. UN
EJEMPLO DE PALOMAS Y HALCONES 1. La
polémica en cuanto al fundamento 2. La
polémica en cuanto a prevención y represión 31. LA
EXPORTACIÓN DE LA CRUZADA I. EL
CASO DE LA ADORMIDERA II. EL
CASO DE LA COCA 1. El
efecto y la causa III. PANORAMA
GENERAL A MEDIADOS DE LOS AÑOS SETENTA 1. El
acuerdo farmacrático Este – Oeste 32.
EL RETORNO DE LO REPRIMIDO I.
LA HEROÍNA OTRA VEZ 1.
Causas concretas del auge a) La
situación en el sudeste asiático 2. El
resultado de los primeros sondeos nacionales a)
La proporción de usuarios y adictos II. EVOLUCIÓN
DEL CONSUMO Y LOS CONSUMIDORES 1. Las
condiciones del mercado, o los beneficios de la maldición a) La composición del producto b) Edad y disposición psíquica del
usuario c)
Las intoxicaciones III. LA
ALTERNATIVA INSTITUCIONAL 1. Móviles
y efectos de la sustitución 2. La
redefinición farmacológica 33. EL
RETORNO DE LO REPRIMIDO (II) I. LA
MARIHUANA 1.
La reivindicación del empleo a) Efectos
de la despenalización 2.
Los desarrollos ulteriores II. LA
COCAÍNA 1.
El redescubrimiento en Estados Unidos a) Represión
y promoción 2.
La economía de la prohibición 3. La
política de la cocaína en Sudamérica 4. La
penetración de lo ilegal en la ley a)
Un apunte sobre las riendas del asunto 34. LA
ERA DEL SUCEDÁNEO I. LAS
«DESIGNER DRUGS» 1. El
álgebra de la posibilidad II. LA
COCAÍNA DEL POBRE 2.
La mística de la miseria a) Efectos
de la persecución III. LA
SUCEDANEOMANÍA COMO NORTE 1. Progresos
en la indefensión IV. LA
MDMA O ÉXTASIS HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS
X
1. La
polémica médico – legal 2. El
clima en la calle V. LOS
TRANQUILIZANTES 1. El
caso del Valium y sus afines 35. INVESTIGAR,
LEGISLAR, REPRIMIR I. LA
INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA DEL PROBLEMA 1. El
detalle de la red norteamericana 2. Los
resultados prácticos y su evaluación II. LA
DOCTRINA DE NACIONES UNIDAS 1.
El mal permanente y el permanente progreso III. LA
ESTRATEGIA REPRESIVA Y SU EVOLUCIÓN 1.
La racionalización del mercado 2.
La fundación de DEA y CENTAC a)
La orientación del nuevo protector b)
La naturaleza de los colaboradores 3.
Algunos esquemas operativos IV.
PRIMEROS INDICIOS DE UN IMPERIO SUBTERRÁNEO 1.
Los compañeros de viaje 2. Administradores
y consejeros de la empresa 3.
El caso del BCCI 36. BOSQUEJO
DE LA SITUACIÓN MUNDIAL CONTEMPORÁNEA I. EL
CONTINENTE AMERICANO 1.
La política reaganiana 2. El
llamamiento a la guerra civil 3.
La eficacia del esfuerzo represor 4.
La fuga de capitales II. EL
CONTINENTE ASIÁTICO 1.
El fenómeno de la «heroinización» a) La
picaresca del Triángulo Dorado III. AFRICA
Y ORIENTE PRÓXIMO IV.
LA SITUACIÓN EN EUROPA Y EL ANTIGUO BLOQUE SOVIÉTICO 1. El caso galo 2. El caso español a) El vaivén en las normas, y la
nueva corrupción 3. El
caso ruso V. EL
PANORAMA DE LA NUEVA DISIDENCIA TEÓRICO VI. LOS
ÚLTIMOS EVENTOS 37.
EPÍLOGO I. LOS
CIMIENTOS DEL NUEVO ORDEN 1. La
crisis religiosa 2. Los
intereses estatales 3. El
ritual purificador a)
La circularidad del proceso II.
EL ORDEN DE LOS ARGUMENTOS 1.
El argumento objetivo a) Las
objeciones 2.
El argumento de autoridades a) Las
objeciones
TABLA
DE CONTENIDO
XI
3. El
argumento conjetural a) Los
testimonios históricos 4. El
argumento jerárquico a) El
límite de la coacción 5. El
argumento del hecho consumado a) Las
objeciones III. LA
BATALLA POR LA MENTE HUMANA 1. Los
riesgos de una cultura farmacológica 2. Los
riesgos de una incultura farmacológica a) En
el reino de lo insustancial IV. UNA
CONCLUSIÓN PRECARIA 1.
Vencedores y vencidos 2. El
valor de un síntoma
BIBLIOGRAFÍA
UTILIZADA
FICHA TÉCNICA:
1
Libro
1544
Páginas
En
formato de 15 por 18.32 por 6.8 cm
Pasta
dura en color plastificado
Séptima edición 1999
ISBN
9788467027532
Autor
Antonio Escohotado
Editor
ESPASA
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
Correo
electrónico:
Celular:
6671-9857-65
Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
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ResponderEliminarAntonio Escohotado
Antonio Escohotado (Madrid, 1941-Ibiza, 2021) es jurista, filósofo y sociólogo. Ha traducido a Hobbes, Newton y Jefferson, y ha publicado más de una docena de libros, entre los que destacan La conciencia infeliz. Ensayo sobre la filosofía de la religión de Hegel (1971), De physis a polis. La evolución del pensamiento filosófico griego desde Tales a Sócrates (1982), Realidad y substancia (1986), Filosofía y metodología de las ciencias sociales. Génesis y evolución del análisis científico (1987), El espíritu de la comedia (1991), Rameras y esposas (1993), Retrato del libertino (1998), Caos y orden (1999)
Sesenta semanas en el trópico (2003), Mi Ibiza privada (2019), Hitos del sentido (2020) y sus ya clásicas Historia general de las drogas y la trilogía de Los enemigos del comercio
Una historia moral de la propiedad
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ResponderEliminarGracias, estamos listos para atender
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