LAS NUEVAS CARAS DE LA DERECHA
1 Libro Autor Enzo Traverso
Editor Siglo XXI
PRIMERA EDICIÓN 2021
¿Por
qué funcionan las propuestas vacías y el discurso
enfurecido
de los antisistema y cuál
es
su potencial político real?
LIBRO POR ENCARGO
PREFACIO A ESTA EDICIÓN
Fascismo
del siglo XXI: dónde estamos
A
lo largo de la última década, el mundo fue
testigo
de un aluvión de movimientos de extrema derecha
Con
ellos, parecían resurgir los fantasmas de la
década
de 1930 y extenderse por varios continentes
la
sombra de una oleada neofascista o posfascista
El
punto culminante se situó entre 2016 y 2018, con los
triunfos
electorales de Donald Trump en los Estados
Unidos
y Jair Bolsonaro en Brasil y, entretanto, el
choque
entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron en Francia
Muchos
partidos de extrema derecha llegaron al gobierno
en
países de la Unión Europea, y se terminaron algunas
“excepciones”,
con la aparición de Alternativa para
Alemania
[Alternative fürDeutschland]
y
el Vox en la escena política alemana y
española,
respectivamente, más la expansión de la Liga
del
Norte [Lega Nord] italiana bajo la conducción
de
Matteo Salvini Se instalaron gobiernos autoritarios,
nacionalistas
y xenófobos por doquier, desde la Rusia
de
Vladímir Putin hasta la India de Narendra Modi y
la
Turquía de Recep Tayyip Erdoğan
El
mundo tomaba un rumbo sombrío:
¿neofascismo,
posfascismo, populismo de extrema derecha?
El
debate sobre cómo
llamarlo
siguió abierto, pero cada cual entendía que
en
ese momento el fascismo era más que un área de
los
estudios históricos; volvía a ser una cuestión de la
agenda
contemporánea
La
mayoría de los observadores –y me incluyo–
creían
que una nueva crisis económica aceleraría
drásticamente
esa tendencia general y que debíamos
prepararnos
para un nuevo y horrible escenario
Se
produjo la crisis: desde comienzos de 2020,
la
pandemia de covid-19 ha sumido al planeta en una recesión global
Pero
al mismo tiempo –por suerte–, nuestro
calamitoso
diagnóstico no se ha cumplido
Por
supuesto, seguimos en medio de una crisis mundial, los
movimientos
de extrema derecha no han desaparecido
y todavía hay varios desenlaces posibles
Sin
embargo, actualmente queda en claro que ha habido un
significativo
retroceso en la dinámica aparentemente
inexorable
de fascistización
El
indicador más evidente de este cambio fue
la
derrota de Trump en noviembre de 2020
Si
observamos desde una perspectiva general este
panorama
heterogéneo y contradictorio,
sin
limitarnos a un único país, la pandemia
se
muestra como la
matriz
de dos tendencias globales:
un
giro biopolítico
y
un giro potencialmente autoritario
Si
bien hablar
de
una matriz tal vez sea inapropiado –por supuesto,
esas
tendencias existían de antemano–, no hay duda
de
que la pandemia las incrementó y las aceleró con vigor
Sin
excepción, el giro biopolítico es bastante
notorio:
los gobiernos desarrollaron extraordinariamente
su
control sobre las poblaciones, ocupándose
de
nuestra vida –de nuestros cuerpos físicos,
literalmente–
como objetos biológicos
que
administrar y proteger
El
futuro de la economía global depende de
la
eficacia de estas políticas de salud; en primer lugar,
una
campaña de vacunación rápida, amplia y efectiva
Apoyamos
o criticamos a nuestros gobiernos según su
capacidad
de implementar dichas políticas sanitarias
Pero
el problema tiene una segunda dimensión,
que
ya no nos afecta como objetos biopolíticos,
sino
como sujetos jurídicos y políticos, como ciudadanos
Esta
segunda dimensión es un giro potencialmente
autoritario
que radica en la transformación de
nuestros
gobiernos en “estados de excepción”,
en
poderes políticos que limitan de manera radical nuestras
libertades
públicas e individuales
Desde
luego, aceptamos los confinamientos
y
las restricciones impuestos en nombre
de
la seguridad colectiva, pero poco
a
poco advertimos que estas políticas están alterando
nuestros
estilos de vida, nuestras maneras de trabajar,
nuestras
formas de socializar e interactuar, y que en
nuestras
sociedades aumentan radicalmente
las
diferencias de clase
No
es cierto que todos seamos iguales de cara
al
virus, dado que quedamos expuestos a
él
selectivamente en función de nuestro estatus social
y
económico, y también en función del país al cual
pertenecemos
No
hay duda de que la pandemia tiene un impacto
mayor en el Sur Global
Esto
implica desigualdades cada vez mayores
en
todos los niveles, y, a su vez, más desigualdades
implican
poderes más autoritarios
En
China, la pandemia se neutralizó con
medidas
despóticas dignas de un gobierno orwelliano
En
varios países de Europa, los confinamientos y
las
restricciones se implementaron mediante
la
aplicación de leyes antiterroristas y coincidieron con un
significativo
aumento de la violencia policial
En
un contexto como este, los movimientos de
extrema
derecha acaso parezcan buenos
candidatos
para liderar el giro autoritario
hacia
el estado de excepción
Pero
hay un hecho crucial: no cuentan
con
credenciales serias para controlar
el
giro biopolítico. Como “buenos pastores”,
Donald
Trump, Jair Bolsonaro, Narendra Modi,
Marine
Le Pen y Matteo
Salvini
no tienen credibilidad alguna
En
términos del filósofo francés Michel Foucault, podríamos decir
que
nadie los ve como la personificación de un “poder
pastoral”
efectivo
Esta
es una diferencia significativa
entre
los actuales movimientos de extrema derecha
y
el fascismo clásico, y va mucho más allá de varios
otros
deslindes relacionados con nuestros diferentes
contextos
históricos
En
la década de 1930, Benito Mussolini, Adolf Hitler
y
Francisco Franco prometían
un
futuro y se mostraban como una respuesta eficaz
a
la depresión económica, en contra de las exhaustas
democracias
liberales que, a los ojos de mucha gente,
encarnaban
los vestigios de un orden político en ruinas
Por
supuesto, esta era una peligrosa ilusión –el
esfuerzo
por poner fin a la desocupación mediante el
rearme
y la guerra condujo a la catástrofe–, pero hasta
la
Segunda Guerra Mundial su propaganda funcionó
bastante
bien
No
sucede lo mismo con sus herederos
Las
respuestas de Trump, Bolsonaro, Modi, Le Pen y Salvini a la
pandemia
consistieron simplemente en la negación,
la
incomprensión, la incompetencia y la ineficiencia
El
primer año de pandemia nos hizo tomar una noción
cada
vez más aguda de que estamos frente a una
emergencia
global que requiere respuestas globales
Las
recetas tradicionales de la extrema derecha –el
nacionalismo,
el retorno a valores conservadores y a
la
soberanía nacional, más la búsqueda de chivos
expiatorios–
no funcionaron en modo alguno
En
Italia, Salvini, el carismático líder de la Liga nacionalista y
xenófoba,
se había acostumbrado a organizar
manifestaciones
masivas en las cuales denunciaba las terribles
enfermedades
que afectaban a su país: los inmigrantes,
los
refugiados y, por supuesto, el islam
La
prédica del odio había demostrado ser
un
ejercicio muy popular,
y
Salvini estaba a la cabeza en las encuestas
Sin
embargo, al cabo de algunos meses de pandemia, cuando el
país
era el epicentro del brote europeo y los hospitales
no
daban abasto, la gente empezó a llenar de elogios
a
los médicos y enfermeros albaneses, tunecinos
y
chinos que acudían en ayuda de sus colegas italianos.
Esta
es la señal de un retroceso, no de una
derrota
o una decadencia irreversible
Estamos
en medio de un proceso de transición
cuyos
resultados aún son
desconocidos
y están abiertos: o bien un New Deal del
siglo XXI, capaz de enfrentar el cambio climático y
revertir
las transformaciones producidas por
cuarenta
años de neoliberalismo, o un giro
a
la extrema derecha que arrojará a nuestro
planeta
a la catástrofe anunciada
En
el contexto actual, los dos resultados
son
perfectamente posibles
En
el siglo XX, el fascismo era un proyecto
de
“regeneración” de la nación, vista como una comunidad
étnica
y racial homogénea
Si
este es el núcleo del fascismo, no sería
erróneo
definir los movimientos de
extrema
derecha de nuestros días, a pesar de tantas
diferencias
obvias, como los herederos del fascismo clásico
El
léxico fascista ha cambiado, desde luego, y
su
“comunidad imaginada” exhibe nuevos características o,
mejor
dicho, nuevos mitos
Designa
una pureza supuestamente originaria
que
es debido defender o restaurar contra sus enemigos:
la
inmigración (“el gran reemplazo”), las invasiones
raciales
antiblancos, la corrupción de los valores
tradicionales
por parte del
feminismo
y los grupos de activismo LGBTQI,
el
islamismo y sus agentes (el terrorismo
y
el “islamoizquierdismo”), etc…
Los
precursores del surgimiento de esta
oleada
neofascista anidan en la crisis de hegemonía
de
las élites globales, cuyas herramientas de gobierno,
heredadas
de los viejos Estados - nación, parecen
obsoletas
y cada vez más ineficaces
Como
explicaba el marxista italiano Antonio
Gramsci
en su revisión crítica de Nicolás Maquiavelo,
la
dominación es una
combinación
de aparatos represivos y una hegemonía
cultural
que permite a un régimen político mostrarse
legítimo
y benéfico, en vez de tiránico y opresivo
Tras
varias décadas de políticas neoliberales,
las
clases dominantes han incrementado enormemente su riqueza
y
su poder, pero también han sufrido una significativa
pérdida
de legitimidad y de hegemonía cultural
Estas
son
las premisas para el ascenso del neo- o posfascismo:
por
un lado, la creciente “caída en el salvajismo”
de
las clases dominantes y, por otro, las extendidas
tendencias
autoritarias que su dominación engendra
La
definición del fascismo como un proyecto de “regeneración”
de
la nación capta un elemento fundamental de
continuidad
histórica, pero probablemente sea insuficiente
Contemplado
desde una perspectiva
histórica,
el fascismo fue más que una forma de nacionalismo
radical
y una idea racista de nación
También
fue una práctica de violencia política, un anticomunismo
militante
y una completa destrucción de la democracia
La
violencia, especialmente dirigida contra la
izquierda
y el comunismo, fue la forma privilegiada de
su
acción política, y en todos los lugares donde llegó
al
poder –ya fuese por vías legales, como en Italia y
Alemania,
o por medio de un golpe militar, como en
España–,
el fascismo destruyó la democracia
Desde
este punto de vista, los nuevos movimientos
de
la derecha radical tienen una relación
diferente
tanto con
la
violencia como con la democracia
Si
bien pretenden defender al “pueblo”
contra
las élites y restablecer
el
orden, no quieren crear un nuevo orden político
En
Europa, están más interesados en hacer valer
tendencias
autoritarias y nacionalistas dentro de la Unión
Europea
que en destruir sus instituciones
Esa
es la postura de Viktor Orbán en Hungría y de Mateusz
Morawiecki
en Polonia, así como de Marine Le Pen
en
Francia y Matteo Salvini en Italia, dos líderes que
en
última instancia aceptaron el euro
La
Liga italiana recientemente participó en
un
gobierno de coalición
encabezado
por Mario Draghi, exdirector del Banco
Central
Europeo y figura prominente del neoliberalismo
y
las élites financieras
En
la India, Brasil y los Estados Unidos, líderes de extrema
derecha
llegaron al poder y desplegaron tendencias
autoritarias
y xenófobas sin cuestionar
el
marco institucional de sus Estados
Bolsonaro
y Trump no sólo fueron incapaces
de
disolver el Poder Parlamentario; terminaron (o
están
en tren de terminar) su mandato enfrentando
varios
procedimientos de destitución
El
caso de Trump, el más discutido en los últimos
meses,
es particularmente instructivo
Su
trayectoria fascista se reveló con claridad
cuando
al final de su
presidencia
se negó a admitir la derrota y buscó
invalidar
el resultado electoral
Sin
embargo, la “insurrección” folclórica
de
partidarios suyos que invadieron el
Capitolio
no fue un golpe fascista fallido; en cambio,
entrañó
un intento desesperado de invalidar
una
elección por parte de un líder que, sin lugar
a
dudas, había roto las reglas más elementales de
la
democracia –lo cual posibilita describirlo como
fascista–,
pero se mostraba incapaz
de
señalar una alternativa política
Es
indudable que Francisco Franco y Augusto Pinochet
habrían
considerado ese “alzamiento” del 6 de enero
como
una iniciativa de aficionados patéticos
Lo
acontecido en el Capitolio reveló de manera indiscutible
la
existencia de un movimiento fascista de masas en
los
Estados Unidos, y en un sentido más amplio, un
movimiento
fascista organizado por medio de una red
de
milicias armadas
Aun
así, este movimiento sigue muy lejos
de
conquistar el poder, y su consecuencia
inmediata
fue hundir al Partido Republicano en una
profunda
crisis
Trump
había ganado las elecciones
de
2016 como candidato de ese partido: una coalición
de
élites económicas, clases medias altas interesadas
en
los recortes impositivos, defensores de los valores
conservadores,
fundamentalistas cristianos
y
clases populares blancas empobrecidas
que
se sentían atraídas por un voto de protesta
Por
cierto, esta coalición puede recrearse
Sin
embargo, como líder fascista de un movimiento
de
supremacistas blancos y nacionalistas reaccionarios,
Trump
no cuenta con muchas posibilidades de
ser
reelecto
Por
añadidura, habría que entender en
su
contexto el movimiento fascista que lo respalda
En
contraste con la milicia fascista italiana (los camisas
negras)
entre 1920 y 1925 o los SA [Sturmabteilung]
nazis
entre 1930 y 1933, que expresaban la caída
del
monopolio estatal de la violencia en la Italia y la
Alemania
de posguerra, respectivamente, las milicias
de
Trump son un legado envenenado de la
historia
estadounidense, la historia de un país donde la posesión
individual
de armas se considera una característica de
la
libertad política
Por
estremecedor que resulte, esto
no
es el presagio de un Estado a punto de derrumbarse
En
los años treinta del siglo XX, las élites industriales,
financieras
y militares europeas apoyaron
al
fascismo como solución a las crisis políticas
endémicas
y a la parálisis institucional; también, y sobre todo,
como
una defensa contra el bolchevismo
Hoy
en día, respaldan al neoliberalismo
En
los Estados Unidos, el establishment puede apoyar
al
Partido Republicano como alternativa típica
al
Partido Demócrata; pero el
Pentágono
nunca adheriría a un golpe de supremacistas
blancos
para impedir la elección de Joe Biden
como
cabeza del Poder Ejecutivo
En
el llamado Viejo
Mundo,
el establishment está representado por la Unión
Europea
y se opone con firmeza a los movimientos
populistas,
nacionalistas y posfascistas que reclaman un
retorno
a las “soberanías nacionales”
El
fascismo clásico nació en un continente devastado
por
la guerra total y se desarrolló en una atmósfera
de
guerras civiles, dentro de Estados profundamente
inestables
y con mecanismos institucionales paralizados
por
agudos conflictos políticos
Su
radicalismo surgió de una confrontación
con
el bolchevismo, que le dio el carácter “revolucionario”
El
fascismo consistía en una ideología y un
imaginario
utópicos, que
crearon
el mito del “hombre nuevo” y la grandeza nacional
Los
nuevos movimientos de extrema derecha
carecen
de todos esos pilares: son producto de
una
crisis de hegemonía que no puede compararse
con
el derrumbe europeo de la década de 1930; su
radicalismo
no incluye ni un asomo de
“revolucionario”,
y su conservadurismo –una defensa
de
los valores y las culturas tradicionales,
las
“identidades nacionales” amenazadas y una
respetabilidad
burguesa
opuesta
a las “desviaciones” sexuales– está desprovista
de
la idea de futuridad que modeló de manera tan
profunda
las ideologías y utopías fascistas
Por
eso, me parece más apropiado describirlos
como
posfascistas, no como neofascistas
¿Esto
significa que no existe un peligro fascista?
De
ningún modo. A decir verdad, si observamos
el
presente a través de un prisma histórico, no podemos
descartar
esa posibilidad
El
impresionante ascenso
de
los movimientos, partidos y gobiernos de extrema
derecha
muestra con claridad que el fascismo puede
convertirse
en una alternativa
Pero
aunque no cabe duda de que persiste la
posibilidad
de una nueva era posfascista, es
importante
señalar que la crisis económica desatada
por
la pandemia no la fortaleció
Así,
la pretensión ultraderechista de encarnar
una
alternativa “antisistema” probablemente
parezca
menos convincente hoy en día que cinco años atrás
En
última instancia, sin embargo, el futuro
de
los movimientos de extrema derecha no
dependerá
exclusivamente
de
su evolución interna, su orientación ideológica y
sus
decisiones estratégicas, ni tampoco del apoyo que
puedan
obtener de las élites globales
A
fin de cuentas, dependerá de qué capacidad
tenga
la izquierda para delinear una alternativa
Enzo Traverso
Julio -agosto de 2021
ÍNDICE:
PREFACIO A ESTA EDICIÓN. FASCISMO
DEL SIGLO XXI: DÓNDE ESTAMOS
Enzo
Traverso
Prólogo
Régis
Meyran
1. ¿DEL FASCISMO AL POSFASCISMO?
En
sus nuevas expresiones, las extremas
derechas
se han emancipado de la matriz
histórica
que las vio nacer: la de los fascismos
del
siglo XX. Impregnados de un contenido
ideológico
fluctuante, los partidos que Traverso
califica
de “posfascistas” ya no se presentan
como
subversivos: juegan la carta de la
normalidad
para intentar transformar el sistema
desde
dentro. La Europa ultra liberal alimenta
el
crecimiento de los nacionalismos y los
populismos.
En Francia, los gobiernos todavía
van
a la zaga del Frente Nacional (FN), con
políticas
autoritarias y xenófobas que proponen
el
proteccionismo y la defensa de las identidades
nacionales.
Pero, sobre todo, esta evolución
es
concomitante con la crisis de los partidos
políticos
tradicionales
El
posfascismo es el síntoma de un sistema
político
tambaleante, en
el
cual, carentes ya de base social, los partidos,
desde
los de la derecha hasta los de la extrema
izquierda,
se entregan a nuevas formas de
comunicación
que los hacen abandonar su línea
tradicional
2. POLÍTICAS IDENTITARIAS
El
discurso “republicano” que los partidos
tradicionales
oponen a los partidos posfascistas
es
ineficaz, porque todos ellos comparten una
misma
visión: nimban a la República con un
halo
místico y simultáneamente se niegan a
reconocer
los crímenes coloniales cometidos
por
Francia, sin admitir que el país ha excluido
y
encerrado en guetos a los inmigrantes, tanto
social
como étnicamente. Esta política identitaria
reaparece
en la visión problemática del laicismo,
que
excluye a los musulmanes de la comunidad
nacional.
En términos más generales, la
islamofobia
nunca es otra cosa que la
manifestación
actual de la coexistencia histórica
de
la República y el colonialismo. Todos estos
elementos
explican el fracaso al cual están
condenados
los intentos de cerrar el paso al FN,
porque
se valen de la misma retórica de este
3. ANTISEMITISMO E ISLAMOFOBIA 91
En
nuestros días, tal como hacía el
antisemitismo
en la primera mitad del siglo XX,
la
islamofobia estructura los nacionalismos
europeos.
Así como en la Alemania de fines
del
siglo XIX se percibía a los judíos como un elemento
impuro
de la nación, actualmente se
describe
a los musulmanes como invasores
que
amenazan la identidad francesa. El
antisemitismo
tiende a desaparecer. La nueva
judeofobia
y las expresiones de violencias
que
la acompañan no están relacionadas
con
la tradición nacionalista, sino con el
conflicto
entre israelíes y palestinos. Nacida
en
la matriz colonial, la islamofobia aspira
a
rechazar a las poblaciones provenientes
de
la inmigración árabe y africana. Presente
desde
el siglo XX, hoy en día vivencia una
expansión
sin precedentes desde la década
de
1980. En vez de asistir a una convergencia
de
las luchas entre minorías discriminadas,
en
Francia presenciamos una regresión,
dado
que intelectuales judíos se proclaman
islamófobos,
y negros o árabes se muestran
como
judeófobos
4. ¿ISLAMISMO RADICAL O “ISLAMOFASCISMO”?
El
Estado Islámico a la luz de la historia
del
fascismo
Por
su nacionalismo radical, su violencia extrema
y
su hostilidad a la democracia, más el hecho
de
haber surgido en un país devastado por la
guerra,
el Estado Islámico (EI) tiene puntos en
común
con los fascismos. Pero se distingue por
completo
de ellos en cuanto a su interpretación
de
una religión tradicional en forma integrista.
Por
otra parte, nacido en países que jamás
conocieron
la democracia, capta a jóvenes del
mundo
entero por la ausencia de un polo radical
de
atracción en la izquierda. En Francia, sólo
el
despertar de una izquierda anticolonial
podría
detener las conversiones al yihadismo
Como
forma muy peculiar de “destrucción de
lo
político”, eI “E”I es una respuesta agresiva
frente
a un mundo neoliberal extremadamente
violento,
donde la lógica del mercado impone
el
individualismo y la competencia en todos los
planos
de nuestra existencia
Conclusión.
Imaginario político
y
surgimiento del posfascismo
Tanto
los posfascismos como el EI surgieron
en
un contexto global caracterizado por la
desaparición
de un horizonte de expectativas,
el
ocaso de las utopías y su pérdida de credibilidad,
como
si condujeran sistemáticamente
al
totalitarismo, y con la ideología del mercado
como
única fuente posible de libertad.
Por ende, las derechas radicales y el islamismo constituyen
sucedáneos de las utopías
desaparecidas
Notas
FICHA TÉCNICA:
1
Libro
168
Páginas
En
formato de 14 por 21 cm
Pasta
delgada en color plastificado
Primera
edición 2021
ISBN
9788412448849
Autor
Enzo Traverso
Editor
Siglo XXI
NOVEDAD
DISTRIBUIDOR
A B C EDICIONES
Si es de su
agrado está espléndida obra:
LAS NUEVAS CARAS DE LA DERECHA
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Libro Autor Enzo Traverso
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