QUE NOS HACE SER CURIOSOS
1 Libro Autor Marco Livio
Editor Ariel Planeta
Traductor Joan Soler Chic
Primera edición 2018
LIBRO POR ENCARGO
AGOTADA DESDE EL MES
DE AGOSTO DEL 2022
Para algún título que
maneje este tipo de
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Aquí en México
Disculpe, gracias
Por qué recomendar este magnífico trabajo:
El escribir es dado a quien deseé escribir;
pero para escribir y que el lector no deje de leer lo escrito es una virtud que
solo se alcanza con la brillantez de quien trabaja con el diccionario en la
mano y las emociones por otro lado
Aquí; el presente trabajo, ilustra con
creces,
el deseo de todo escritor: es
el que el
lector no deje de leer
Parece ser que; la maestría se finca en el
conocimiento de quien escribe, pero para llegar a estos estratos es necesario
leer y comprender además de entender al receptor de lo escrito
Creo; que la base principal es lo corto y lo
sustancioso, además del conocimiento de causa, fincado en un guion previamente
desarrollado para el fin que persigue quien quiera trasladar conocimiento,
emociones y demás
El trayecto de lo escrito debe de guiar de la
mano al lector y no soltarlo e inclusive hasta más allá e inclusive como lo
escribe este gran autor; el que el final sea el principio
Inclusive para el lector o si se prefiere;
quien escucha, al paso del tiempo queda lo principal, el trabajo del escritor
que se resume en dos tres conceptos que el lector o el escucha logra
confeccionar según su enciclopedia de vida y que maneja a su pleno arbitrio
El logro de la curiosidad percepcional es la
actitud y la aptitud de quien escribe y el regalo de un trabajo para quien lo
lee o lo escuche
Magnifica presentación
ÍNDICE
Prefacio
1.
Curioso
2.
Más curioso
3.
Y más curioso
4.
Curioso sobre la curiosidad:
brecha de información
5.
Curioso sobre la curiosidad:
amor intrínseco por el conocimiento
6.
Curioso sobre la curiosidad:
neurociencia
7.
Breve informe sobre el aumento
de la curiosidad humana
8.
Mentes curiosas
9.
¿Por qué la curiosidad?
Epílogo
Notas
Bibliografía
Créditos
Índice
analítico
ADELANTO DEL PRIMER CAPÍTULO:
1
Curioso
Con
independencia de su longitud, ciertas historias pueden causar un impacto duradero.
“La historia de una hora”, un relato muy corto de la escritora del siglo XIX
Kate Chopin, comienza con una frase bastante llamativa: “Como la señora Mallard
padecía del corazón, se procuró darle la noticia de la muerte de su esposo con
la máxima delicadeza”. La pérdida de vida y la fragilidad humana reunidas en un
enunciado contundente. Después nos enteramos de que quien dio la mala noticia
fue un amigo íntimo del fallecido, Richards, tras haber confirmado (mediante
telegrama) que el nombre de Brently Mallard figuraba efectivamente en la lista
de víctimas de un accidente ferroviario
En
el argumento de Chopin, la reacción inmediata de la señora Mallard es lógica.
Al oír el triste mensaje que le transmite su hermana Josephine, se pone a
llorar enseguida y luego se retira a su habitación y pide que la dejen sola. No
obstante, es ahí donde sucede algo totalmente inesperado. Tras haberse quedado
sentada inmóvil, sollozando un rato, con la mirada aparentemente fija en una lejana
mancha de cielo azul, la señora Mallard empieza a susurrar para sí una palabra
sorprendente: “¡Libre, libre, libre!”. A la que sigue otra aún más exuberante: “¡Libre!
¡Cuerpo y alma libres!”
Cuando
al fin abre la puerta cediendo a la preocupada petición de Josephine, la señora
Mallard aparece con “los ojos febriles de triunfo”. Comienza a bajar
tranquilamente la escalera, agarrada a la cintura de su hermana, mientras Richards,
el amigo de su esposo, las espera abajo. Y es entonces precisamente cuando se
oye a alguien abrir la puerta principal con una llave
Después,
la historia de Chopin contiene solo ocho frases más. ¿Podríamos quizá dejar de
leer aquí? No hace falta decir que, aunque quisiéramos, seguramente no lo
haríamos, no sin saber al menos quién está junto a la puerta. Como escribió el
ensayista inglés Charles Lamb, “en la vida, no muchos sonidos, e incluyo todos
los urbanos y los rurales, superan en interés a una llamada a la puerta”
Ahí
radica la fuerza de un relato que atrae nuestro interés hasta tal punto que ni
se nos pasa por la cabeza ignorar esta atracción. La persona que entra en la
casa es en efecto, tal como cabía suponer, Brently Mallard, quien resulta que
se hallaba tan lejos de la escena del accidente ferroviario que ni siquiera se
había enterado de este. La vívida descripción de la montaña rusa emocional que
la temperamental señora Mallard había tenido que soportar en el espacio de solo
una hora convierte la lectura del drama de Chopin en una experiencia fascinante
La
última frase de “La historia de una hora” es todavía más perturbadora que la
primera: “Cuando llegaron los médicos, dijeron que había muerto a causa de una
enfermedad cardíaca… de la alegría que mata”. La vida interior de la señora
Mallard sigue siendo en buena medida un misterio para nosotros
A mi
entender, el mayor regalo de Chopin es su singular capacidad para generar
curiosidad en casi cada frase, incluso en pasajes donde se describen
situaciones en las que parece no pasar nada. Es
el tipo de curiosidad derivada de los escalofríos que nos suben y bajan por la
columna, algo parecido a las sensaciones que tenemos al escuchar piezas
musicales excepcionales. Se trata de escenas de suspense, sutiles e
intelectuales, que constituyen un instrumento necesario en cualquier narración
absorbente, en las clases de la escuela, las creaciones artísticas
estimulantes, los videojuegos, las campañas publicitarias o incluso en simples
conversaciones que deleitan en vez de aburrir
La
historia de Chopin inspira lo que se conoce como “curiosidad empática”: la postura que adoptamos cuando intentamos comprender
los deseos, las experiencias emocionales o los pensamientos del protagonista y
cuando sus acciones nos dan continuamente la lata con la acuciante pregunta:
¿por qué?
Otro
elemento que Chopin utiliza con acierto es el de la sorpresa. Se trata de una
estrategia segura para despertar la curiosidad mediante el aumento de la
atención y la excitación Joseph LeDoux, neurocientífico de la Universidad de Nueva
York, y sus colegas localizaron las vías cerebrales responsables de la reacción
ante la sorpresa y el miedo. Cuando nos encontramos con lo inesperado, el
cerebro supone que quizá haya que emprender alguna acción. Esto se traduce en
una rápida activación del sistema nervioso simpático, con sus habituales
manifestaciones asociadas: aumento del ritmo cardíaco, sudoración y respiración
profunda. Al mismo tiempo, la atención se aleja de otros estímulos irrelevantes
y se centra en el elemento urgente en cuestión. LeDoux fue capaz de demostrar
que en la sorpresa, y concretamente en la respuesta de miedo, se activan
simultáneamente vías rápidas y lentas. La reacción rápida va directamente desde
el tálamo, responsable de retransmitir señales sensoriales, a la amígdala, un
conjunto de núcleos en forma de almendra que asigna significación afectiva y
dirige la respuesta emocional
La
reacción lenta conlleva un largo rodeo —entre el tálamo y la amígdala— que
atraviesa la corteza cerebral, la capa externa de tejido neural que desempeña
un papel clave en la memoria y el pensamiento. Esta ruta indirecta posibilita
una evaluación más cuidadosa y consciente del estímulo y una respuesta meditada
Existen
varios «tipos» de curiosidad, ese anhelo de saber más. El psicólogo británico -
canadiense Daniel Berlyne representó gráficamente la curiosidad a lo largo de
dos dimensiones o ejes principales: uno que se extendía entre la curiosidad
perceptual y la epistémica, y otro que cruzaba desde la curiosidad específica a
la diversiva. La curiosidad perceptual se debe a valores atípicos extremos, a
estímulos nuevos, ambiguos o desconcertantes, y motiva la inspección visual.
Pensemos, por ejemplo, en la reacción de niños asiáticos de un pueblo remoto
que ven por primera vez a un caucásico
Por lo general, la
curiosidad perceptual disminuye con la exposición continua
En el esquema de Berlyne, la
“curiosidad percepcional” opuesta es la epistémica, que es el verdadero deseo
de conocimiento (el «apetito de saber», en palabras del filósofo Immanuel
Kant). Esta curiosidad ha sido el principal eje impulsor de todas las
investigaciones científicas básicas y las indagaciones filosóficas, y
probablemente fue la fuerza que suscitó las primeras búsquedas espirituales. El
filósofo del siglo XVII Thomas Hobbes la denominaba “anhelo de la mente”,
añadiendo que “por la perseverancia en el deleite que produce la continua e
infatigable generación de conocimiento” supera “la fugaz vehemencia de todo
placer carnal” en el sentido de que complacerse en ello solo provoca un deseo
mayor. Hobbes vio en este “deseo de saber por qué” (énfasis añadido) la
característica que distingue a los seres humanos de los demás seres vivos. En
efecto, como veremos en el capítulo 7, ha sido la singular capacidad de
preguntar “¿por qué?” lo que ha llevado a nuestra especie a donde hoy está. La curiosidad
epistémica es la curiosidad a la que aludía Einstein cuando a uno de sus
biógrafos dijo lo siguiente: “No tengo ningún talento especial. Solo soy
apasionadamente curioso”
Para
Berlyne, la curiosidad
específica refleja el deseo de una
información concreta, como pasa en los intentos por resolver un crucigrama o
recordar el título de la película que vimos la semana pasada. La curiosidad
específica impulsa a los investigadores a examinar problemas distintos para entenderlos
mejor e identificar potenciales soluciones. Por último, la curiosidad diversiva hace referencia tanto al inquieto deseo de explorar
como a la búsqueda de estímulos nuevos para evitar el aburrimiento. Hoy en día,
este tipo de curiosidad acaso se manifieste en la constante revisión en busca
de mensajes de texto o emails nuevos o en la impaciencia con que aguardamos el
modelo más reciente de Smartphone. A veces, la curiosidad diversiva da lugar a
curiosidad específica dado que la conducta buscadora de novedades quizá
alimente un interés determinado Aunque las distinciones de Berlyne entre
diferentes clases de curiosidad han demostrado ser sumamente fructíferas en
muchos estudios psicológicos, hemos de considerarlas solo como algo indicativo
a la espera de conocer más a fondo los mecanismos esenciales de la curiosidad.
Al mismo tiempo, se han propuesto algunos otros tipos de curiosidad, como la
empática antes mencionada, que no se encuadran con claridad en las categorías
de Berlyne. Por ejemplo, está la curiosidad morbosa que
da lugar a fisgoneo: incita invariablemente a los conductores a reducir la
velocidad y observar los accidentes en la carretera e induce a la gente a
congregarse en masa en torno a escenas de crímenes violentos o edificios en
llamas. Es la clase de curiosidad que al parecer generó un elevadísimo número
de visitas en Google para ver el horripilante vídeo de la decapitación del
ingeniero británico Ken Bigley, en Irak, en 2004
Además
de los tipos potencialmente distintos, existen también niveles diversos de
intensidad que cabe asociar a un surtido de géneros de curiosidad. A veces, un
pequeño fragmento de información basta para satisfacer la curiosidad, como pasa
en algunos casos de curiosidad específica: ¿quién dijo aquello de que “la
injustica en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes”?
En otras ocasiones, la curiosidad puede impulsar a alguien a un apasionado
viaje durante toda la vida, como sucede a veces cuando la curiosidad epistémica
guía la investigación científica: ¿cómo surgió y evolucionó la vida en la
Tierra? En la curiosidad hay asimismo claras diferencias individuales, en lo
relativo a la frecuencia de su aparición, el nivel de intensidad, la cantidad
de tiempo que la gente está dispuesta a dedicar a la exploración, y en general
la actitud receptiva y la preferencia por experiencias novedosas. Para una
persona determinada, una vieja botella arrojada a la playa en la isla de Amrum,
en la costa alemana del mar del Norte, quizá sea solo eso: un símbolo de
contaminación en proceso de desintegración. Para otra, un hallazgo así acaso suponga
una oportunidad para vislumbrar un mundo anterior y fascinante
Un
mensaje en una botella encontrada en abril de 2015 resultó ser de un período
comprendido entre 1904 y1906, el más viejo hallado jamás. Esto pasó a formar
parte de un experimento para estudiar las corrientes marinas
Del
mismo modo, Ed Shevlin, barrendero de la ciudad de Nueva York que recoge basura
cinco mañanas a la semana, sintió tal entusiasmo por el idioma gaélico de
Irlanda que se matriculó en un máster de la Universidad de Nueva York sobre
estudios irlandeses – americanos
Hace
unas dos décadas, un extraño acontecimiento astronómico ilustró a la perfección
el modo en que unos cuantos tipos de curiosidad presuntamente distintos, como el
suscitado por la novedad y el que representa el ansia de conocimiento, pueden
combinarse y alimentarse mutuamente para constituir una atracción irresistible.
En marzo de 1993 se detectó un cometa antes desconocido que describía órbitas
alrededor de Júpiter. Los descubridores eran cazadores veteranos de cometas,
los astrónomos Carolyn y Eugene Shoemaker, marido y mujer, y David Levy. Como era
el noveno cometa periódico identificado por este equipo, el objeto recibió el
nombre de Shoemaker - Levy 9.11
Un
análisis detallado de la órbita dio a entender que seguramente había sido
capturado por la gravedad de Júpiter unas décadas atrás, y que durante un
excesivo y catastrófico acercamiento en 1992, se rompió en pedazos debido a las
grandes fuerzas de las mareas (de estiramiento). En la figura 1 aparece una
imagen tomada por el Telescopio Espacial Hubble en mayo de 1994, en la que se
aprecian las dos docenas o así de fragmentos resultantes mientras proseguían su
recorrido por la ruta del cometa, como una sarta de perlas brillantes
En
el mundo astronómico, y fuera de él, empezó a crecer el entusiasmo cuando
diversas simulaciones por ordenador señalaron la probabilidad de que los
fragmentos chocaran con la atmósfera de Júpiter y se estrellaran contra el
planeta. Estas colisiones son relativamente raras (aunque uno de estos impactos
en la Tierra hace unos 66 millones de años resultó ser funesto para los
dinosaurios), y antes no se había presenciado ninguna directamente
Astrónomos
de todo el globo aguardaban impacientes. No obstante, nadie sabía si los
efectos del choque serían realmente visibles desde la Tierra o si los
fragmentos solo serían engullidos con calma por la atmósfera gaseosa de Júpiter
como piedrecitas en un estanque grande e impasible
Se
esperaba que el primer trozo de hielo golpease la noche del 16 de julio de
1994, de modo que casi todos los telescopios en Tierra y en el espacio,
incluido el Hubble, apuntaban a Júpiter. Debido al hecho de que rara vez se pueden
observar en tiempo real fenómenos astronómicos espectaculares (la luz tarda
muchos años en llegar a la Tierra desde numerosos objetos de interés, pero solo
una media hora desde Júpiter), el acontecimiento transmitía una sensación de “oportunidad
única en la vida”. En consecuencia, no era de extrañar que un grupo de
científicos, incluido yo mismo, nos reuniéramos en torno a una pantalla de
ordenador mientras los datos estaban a punto de ser transmitidos desde el
telescopio (figura 2). La pregunta que nos hacíamos todos era esta: ¿veríamos
algo?
Si
tuviera que ponerle título a la figura 2, sé exactamente cuál sería:
¡Curiosidad! Para sentir el contagioso atractivo de la curiosidad, lo único que
hay que hacer es examinar la postura y las expresiones faciales de los
científicos presentes. En cuanto vi esta fotografía al día siguiente, me acordé
de una extraordinaria obra de arte realizada hace casi cuatrocientos años, La
lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp, 12 de Rembrandt (figura 3). El
cuadro y la foto son casi idénticos en cuanto al modo de capturar la emoción de
la curiosidad exaltada
Lo
que me parece especialmente fascinante es el hecho de que Rembrandt no centra
la atención en la anatomía del cadáver desollado que está siendo diseccionado
(aunque los músculos y tendones están representados con bastante precisión), ni
siquiera en la identidad del muerto (un joven ladrón de abrigos llamado Aris
Kindt, colgado en 1632), cuyo rostro está sombreado en parte; Rembrandt estaba
sobre todo interesado en expresar con exactitud las reacciones individuales de
cada uno de los profesionales médicos y aprendices que asisten a la lección.
Colocó en primer plano la curiosidad Figura 3 La fuerza de la curiosidad
trasciende sus percibidas contribuciones potenciales a la utilidad o a los
beneficios. Ha demostrado ser en sí misma un impulso imparable. Por ejemplo, los
esfuerzos invertidos por los seres humanos en explorar e intentar descifrar el
mundo circundante siempre han superado en mucho a los necesarios para la simple
supervivencia
Por
lo visto, conformamos una especie incesantemente curiosa, algunos de nosotros
sentimos una curiosidad incluso compulsiva. Según Irving Biederman,
neurocientífico de la Universidad del Sur de California, los seres humanos están
diseñados para ser “infóvoros”, criaturas que devoran información. ¿De qué otro
modo podríamos explicar los riesgos que a veces corre la gente para satisfacer
este gusanillo de la curiosidad? El gran orador y filósofo romano Cicerón
interpretó el paso de Ulises junto a la isla de las sirenas como un esfuerzo por
oponer resistencia a la tentación de la curiosidad epistémica: “No era la
dulzura de sus palabras o la peculiaridad y diversidad de sus cantos, sino el hecho
de declarar que sabían muchas cosas y la pasión por aprender de los navegantes
lo que arrastraba a estos hacia los escollos de las sirenas”
El
filósofo francés Michael Foucault describe a las mil maravillas algunas de las
características inherentes a la curiosidad: “La curiosidad evoca el cuidado”,
evoca la solicitud que se tiene con lo que existe y podría existir, un sentido agudizado
de lo real pero que nunca se inmoviliza ante ello, una prontitud en encontrar
extraño y singular lo que nos rodea, un cierto encarnizamiento en deshacernos
de nuestras familiaridades y en mirar de otro modo las mismas cosas, un cierto
ardor en captar lo que sucede y luego desaparece, una desenvoltura a la vista
de las jerarquías tradicionales entre lo importante y lo esencial
Como
veremos, las investigaciones modernas sugieren que la curiosidad puede ser
fundamental para el adecuado desarrollo de las destrezas perceptuales y
cognitivas en la infancia temprana. También está bastante claro que la curiosidad
sigue siendo una fuerza poderosa para la expresión intelectual y creativa en
etapas posteriores de la vida
¿Significa
esto que la curiosidad es un producto directo de la selección natural? En tal
caso, ¿por qué a veces ciertas cuestiones aparentemente triviales nos vuelven
de lo más curiosos? ¿Por qué de vez en cuando, en un restaurante, nos esforzamos
por descifrar los siseos de la conversación de la mesa de al lado? ¿Por qué nos
resulta más difícil no escuchar a alguien que habla por teléfono (cuando oímos
solo la mitad de la conversación) que escuchar a dos personas que hablan cara a
cara? ¿La curiosidad es totalmente innata o aprendemos a ser curiosos? ¿La
curiosidad ha evolucionado desde los 3,2 millones de años que separan a Lucy — la
criatura casi humana, transicional, cuyos huesos fueron encontrados en Etiopía —
del Homo sapiens, los seres humanos actuales? ¿Qué procesos psicológicos y qué
estructuras del cerebro están implicados en el hecho de ser curioso? ¿Existe un
modelo teórico de curiosidad? Ciertos trastornos del neurodesarrollo como el
TDAH, ¿representan curiosidad “a tope” o curiosidad sin rumbo fijo?
Antes
de adentrarme en las investigaciones científicas sobre la curiosidad, decidí
(impulsado por mi propia curiosidad personal) dar un breve rodeo para examinar
detenidamente a dos individuos que, a mi entender, encarnan dos de las mentes
más curiosas que hayan existido jamás. Creo que pocos discreparán de esta
descripción de Leonardo da Vinci y el físico Richard Feynman. Los inagotables
intereses de Leonardo abarcaban esferas tan amplias del arte, la ciencia y la
tecnología que a día de hoy sigue siendo la quintaesencia del hombre del
Renacimiento. El historiador del arte Kenneth Clark lo llamó apropiadamente “el
hombre más incansablemente curioso de la historia”. El genio y los logros de
Feynman en numerosos ámbitos de la física son legendarios, pero también le
encantaban la biología, la pintura, abrir cajas fuertes, tocar el bongó, las
mujeres atractivas o el estudio de los jeroglíficos mayas. Llegó a ser conocido
públicamente como miembro de la comisión que investigó el desastre del
transbordador espacial Challenger y gracias a sus libros superventas, repletos
de anécdotas personales
Cuando
se le pidió que identificara lo que, a su juicio, era el motivador clave del
descubrimiento científico, Feynman contestó: “Tiene que ver con la curiosidad. Tiene
que ver con querer saber por qué algo hace algo”
Estaba
haciéndose eco de las opiniones del filósofo francés del siglo xvi Michel de
Montaigne, que exhortaba a sus lectores a explorar el misterio de las cosas
cotidianas. Como veremos en el capítulo 5, diversos experimentos con niños pequeños
han demostrado que lo que a menudo suscita su curiosidad es el deseo de
entender la relación causa – efecto en su entorno inmediato
No
espero que una inspección —por minuciosa que sea— de la personalidad de
Leonardo y Feynman revele forzosamente alguna
percepción profunda sobre el carácter de la curiosidad. Con respecto a eso,
numerosos intentos anteriores por desvelar rasgos comunes a muchas figuras
históricas geniales han puesto de manifiesto solo una desconcertante diversidad
con respecto a la formación y las características psicológicas de estos
individuos
Veamos
los gigantes científicos Isaac Newton y Charles Darwin. Newton se distinguió
por su capacidad matemática sin igual, mientras Darwin, según él mismo admitía,
andaba bastante flojo en mates. Incluso en las diversas clases de genios de una
disciplina científica dada, parece haber una serie ambigua de cualidades. El
físico Enrico Fermi resolvió muchos problemas complicados a los diecisiete años,
mientras que Einstein fue, en términos relativos, de floración tardía. Esto no
significa que todos los esfuerzos por identificar unas cuantas características
compartidas estén condenados al fracaso. En el ámbito de la creatividad
prodigiosa, por ejemplo, el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi, de la
Universidad de Chicago, ha sido capaz de sacar a la luz algunas tendencias que
parecen asociadas a la mayoría de las personas excepcionalmente creativas (las
descritas brevemente al final del capítulo 2). Por tanto, creí que valdría la pena
el ejercicio de analizar al menos si en las fascinantes mentes de Leonardo y
Feynman había algo que nos procurase una pista sobre el origen de su insaciable
curiosidad. Para mí, la cuestión clave era el hecho de que, con independencia de
si Feynman y Leonardo tenían algo en común aparte de su curiosidad, ambos se
elevaban tan por encima de sus respectivos entornos en cuanto a su espíritu
investigador, que cualquier intento de observar las cosas desde su perspectiva sin
duda sería estimulante Comienzo con Leonardo, que en una ocasión expresó con
gran elegancia su pasión por la comprensión al decir: “No se puede amar ni
odiar nada si antes no se ha llegado a su conocimiento”
Por
cierto, en caso de que alguien tenga curiosidad por saber si realmente vimos
algo cuando el primer fragmento del cometa Shoemaker - Levy impactó en la atmósfera de Júpiter… ¡Pues sí!
Al principio hubo un punto de luz sobre el borde del planeta. Cuando el
fragmento penetró en la atmósfera, produjo una explosión que se tradujo en una
nube en forma de hongo parecida a la provocada por una bomba atómica. Todos los
fragmentos dejaron “heridas” visibles (áreas con compuestos azufrosos) en la
superficie de Júpiter (figura 4). Estas manchas duraron meses hasta que se
extendieron debido a corrientes y turbulencias en el seno de la atmósfera del
planeta, y los restos se difundieron hacia abajo, a altitudes inferiores
FICHA TÉCNICA:
1
Libro
Pasta
delgada en color plastificada
Primera
edición 2018
ISBN
9788434427372
Autor
Mario Livio
Editor
Ariel
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
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Quedamos
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Libro ¿POR QUE? QUE NOS HACE SER CURIOSOS
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